lunes, 5 de mayo de 2008

BIBLIOTECAS E INSALUBRIDAD

Este sábado leí el artículo "De una biblioteca a otra". Lo firmó don Antonio Muñoz Molina en el suplemento cultural "Babelia" (EL PAÍS, sábado 3 de mayo de 2008). El autor hace una romántica defensa de la biblioteca pública y defiende sus valores como auténtica escuela de ciudadanía.

Unos días antes, había leído una noticia que no me cogió por sorpresa: en la redacción de una revista inglesa de informática, llevaron a cabo un pequeño experimento. Decidieron investigar el número de bacterias que había en los teclados de la oficina. Entiéndase, en el teclado del ordenador. Pues bien, sorprendidos por la cifra, decidieron hacer la misma operación investigando los urinarios. ¿Resultado? Uno podía encontrar más gérmenes en los teclados que en los retretes. Alarmante, ¿verdad?

Desgraciadamente, los españoles -lo veo a diario en todas partes- no nos lavamos las manos ni antes ni después de usar un servicio público. Rara vez nos lavamos las manos antes de comer y nunca he oído a nadie que dijera "me voy a lavar las manos, que hace más de una hora que no lo hice". Y es que cada quince minutos nuestras manos se ensucian de forma natural. Imaginen si, en el transcurso de una hora, hemos puesto la mano en una barra del metro, hemos buscado suelto en el monedero, hemos saludado a tres personas y hemos abierto diez puertas girando los pomos. Así pues, sin darnos cuenta de ello, la acumulación de patógenos se multiplicó hasta rebasar índices más propios de un terrorista bioquímico que de un ciudadano medio. Toda esa basura la depositaremos después en los libros de la biblioteca pública a la que hemos acudido para estudiar. El libro estará, cuanto más viejo y usado, en peores condiciones.

Para prevenir los males que se derivan de esta falta de higiene, convendría lavarse bien las manos antes de usar los libros y tratarlos siempre con cuidado y respeto. Sería ideal usar guantes de látex y una mascarilla. Pero, en fin, estando a años luz de un mundo perfecto, con lo de lavarse las manos uno ya se daría por satisfecho.

No teniendo nada en contra de las bibliotecas públicas, hoy en día son auténticos vertederos biológicos a la espera de enfermar a miles de incautos ciudadanos de bien, no está de más defender abiertamente el fomento de bibliotecas particulares. Los libros deberían comprarse perfectamente precintados. Por ley así deben llegar a las librerías. No sé por qué razón casi siempre nos los encontramos abiertos. La biblioteca en casa debería estar en una o varias habitaciones destinadas exclusivamente al uso de los libros y nunca en los dormitorios, pues los poros de la piel transpiran de noche. El cuerpo necesita oxigenarse. Si en la sala hay libros al aire libre, nuestro cuerpo puede respirar millones de molestos ácaros que provienen de esos libros y que se esparcen por la habitación. Para evitar estas infecciones, los libros deben, pues, permanecer protegidos en librerías tras puertas de cristal en salas específicas.

Hay que recomendar el uso de libros nuevos y evitar la adquisición de volúmenes viejos comprados en librerías de segunda mano. Cada cierto tiempo es bueno hacer una revisión para comprobar el estado de todos nuestros ejemplares. Si alguno amarillea más de la cuenta y puede sustituirse por uno nuevo, no debemos sentir nostalgia ni lástima: el libro se puede reciclar. Si el texto ya no nos interesa o no nos va a servir de ayuda, nos deshacemos de él y punto.

Estas medidas mejorarán no sólo nuestra salud, sino nuestro entorno vital. Podemos acometerlas sin dramatismos. Al fin y al cabo, es errónea nuestra percepción de los bienes personales: creamos un vínculo emocional y posesivo con los objetos que nos rodean y que hemos comprado. Es un puro espejismo y muchas veces nos convertimos en esclavos materiales de tantos objetos... como si nos hubiesen estos reclamado nuestra fidelidad.

Palabra de bibliófilo en ciernes.