miércoles, 23 de julio de 2008

NATASHA EN LA GRAN VÍA

El programa "Documentos TV" que ofrece el segundo canal de la televisión pública española desde mediados de 1986 ha emitido hoy un documental necesario para la dormida conciencia europea. "Esclavas del sexo" es el retrato de varias jóvenes eslavas llevadas a Turquía para prostituirse contra su voluntad. Se les considera mercancía que puede comprarse y venderse impunemente.

He escrito sobre este problema en entradas anteriores (v. Prostitución). Hoy quería facilitar el enlace que conecta con el documental emitido hoy en televisión. Desgraciadamente, RTVE sólo ofrece en internet los primeros minutos de emisión, pero son suficientes para que el lector se pueda hacer una idea:

La página de RTVE dedicada al documental:

En el documental participa el investigador Víctor Malarek, autor de un libro titulado Las Natashas tristes. Se llama Natasha, o se entiende por tal, a la prostituta eslava. La semejanza entre esclava y eslava, al menos en este caso, excede tristemente los límites de la paranomasia. Y eso, para vergüenza propia. Resulta interesante la lectura de la entrevista que el señor Malarek concedió al diario español EL MUNDO:

Kailas Editorial publicó Las Natashas tristes en castellano.

Me parece increíble que algunas de estas chicas se prostituyan en calles de España como la Gran Vía. Tenemos el inhumano escaparate de la esclavitud en nuestra propia ciudad. Basta con salir a última hora y darse una vuelta desde Callao hasta la Red de San Luis. Pasas al lado de esas pobres jóvenes y cada una de ellas es la cara de una historia más cruel que las anteriores. Veo pasar a varios hombres de vez en cuando. Ellas se acercan porque están ahí para encontrar clientela y ellos las rechazan con asco, con fingida indiferencia, a veces las desprecian violentamente y sólo unos pocos las miran a la cara y pasan de largo sintiendo lástima. "Hola, guapo", te dicen. Y uno no sabe qué hacer. ¿Qué hacer para que esas chicas puedan vivir una vida feliz con sus seres queridos? Quizá sea mucho pedir. Tal vez las cosas son como son y punto. A lo mejor hay que aprender a resignarse y a aceptar el mundo que nos ha tocado. ¿Dónde están los políticos, los jueces, la voz del pueblo? No todo puede valer indefinidamente.

Natasha salió hoy. Espera junto al escaparate de la Casa del Libro. Mira a sus compañeras. Se acerca a varios hombres. Piensa en su familia. Se detiene unos segundos aburrida en las promociones editoriales que destaca en su escaparate la librería. Se acerca su proxeneta. "¿Qué pasa? ¡Espabila, niña tonta, putita de mierda!" Ella dirá en voz baja "Que te jodan, hijo de puta, cabrón, cobarde". Y, cuando termine la noche, habrá sido violada, porque ésa y no otra es la palabra, ¿quién sabe cuántas veces? ¿Cuántas veces tendrá Natasha que repetir en silencio a su proxeneta "Ojalá te mueras" para que hagamos algo por ella? ¿Esperaremos a que el "Ojalá te mueras" se lo diga a sí misma o moveremos el culo a tiempo? "Me aburro. Tengo mucho tiempo libre." ¡Qué gran frase imperdonable! Lo que podríamos hacer y no hacemos porque no nos da la puta gana...

Natasha es más joven que yo. Podría ser el recuerdo de algún intercambio de estudiantes que uno tenía en la universidad. No hace mucho de eso. Nada más lejos de la realidad. "Hola, guapo" ¡Qué terrible humillación! A veces querría uno ser el oprimido: la vergüenza es una losa muy pesada, pero Natasha no carga con ese peso. La vergüenza la deberíamos sentir nosotros por consentir que esa pobre chica siga ahí. Pasamos de largo, ella se convierte en una anécdota más de nuestra jornada, aunque el día nunca acaba para ella. Así son las pesadillas. Pero sería muy fácil romperla. Sólo se necesita voluntad de acción.

Occidente tiene de su lado la fuerza militar, el peso de la ley, la razón moral y la infraestructura civil, ¿a qué esperamos?

miércoles, 2 de julio de 2008

LUBRICANTE PARA LA LOCOMOTORA

La vida es breve y, al menos durante una buena parte de la misma, merece la pena vivirse y vivirse, además, con una cierta y mesurada alegría.

Acabo de enterarme de la repentina muerte de una joven modelo kazaja. Ruslana Korshunova cumpliría hoy veintiun años; pero, hace unos días, se arrojó desde una ventana de su apartamento neoyorquino. Aunque aún no se ha aclarado el motivo del trágico suceso, todo apunta a que Ruslana se suicidó. Se han sugerido varias posibilidades: la soledad, la mafia rusa y/o un conflicto personal.

Dejo a un lado la hipótesis de la mafia y me centro en las siguientes: la soledad y el conflicto personal.

El mundo de la moda somete a personas aún inmaduras a un tipo de vida que muy pocas personas pueden soportar con indolencia. En la mayoría de los casos, ¿quién lleva y mantiene ese submundo? Locos. ¿Cuál es el resultado de vivir bajo el gobierno de un puñado de locos? La locura. ¿Y qué es propio de los locos? El suicidio. No hay más que ver la galería de excéntricos, por ser suave con el calificativo, que labran su imagen social escándalo tras escándalo en los programas televisivos de este país. Drogas, prostitución, dinero... malas compañías. Ahora crecen como setas esos programas de lapidación social, cámaras indiscretas, nominación sms y febril sexualidad entre cortinas. Lo peor es que uno pregunta a los jóvenes qué quieren hacer con su vida y la respuesta es unánime: salir en Gran Hermano o en Operación Triunfo. El caso es que estos engendros de inmoralidad son muy rentables excepto para sus víctimas. Los focos no calientan eternamente, el paso del tiempo no lo borra el botox y hay quien no puede con el anonimato después de haber saboreado la gloria efímera de una portada, de la pasarela de quita y pon, del glamour del canapé en la embajada y del resplandor de aquella juventud perdida. Es un drama. Peor suerte corren quienes llevan mal ese mundo ficticio y sucumben. La joven Ruslana no lo soportó.

¿Qué joven soporta el desarraigo? ¿Quién puede cambiar de la noche a la mañana y abandonar unos saludables hábitos para convertirse en nómada, en esclavo del anonimato que la habitación individual depara (por mucha suite que sea) a su triste y solitario huésped? ¿Quién puede mantener la máscara eternamente delante de los focos y fingir ser quien no se es? Demasiadas desgracias que no merecen la pena. ¿Fama? ¿Quién la quiere? ¿Fortuna? ¿En manos de alguien sin criterio? ¿Éxito? A juzgar por el final de muchas personas, ni personal ni social, más bien una ruina de vida. Eso le espera al que se sube a esa montaña rusa.

Sumemos a esa desgracia que la persona que la padece es psicológicamente inestable. La adolescencia es para muchos un momento de crisis. Durante los años que lleva la forja de una personalidad adulta, hay quien se enreda y hay quien se pierde. El entorno inestable predispone negativamente al sujeto. Si éste, para colmo de males, cultiva el halago ajeno y se reserva las guindas del desprecio para sí mismo, sólo podremos esperar un pronto y amargo final. Algunos recogen unas declaraciones recientes de la modelo kazaja en las que se deduce que estaba pasando una etapa de tristeza. Tristeza disimulada. Pero es bien sabido: los que se quitan la vida no avisan. Quizás esas palabras fueran el canto del cisne, el grito de una agonía que nadie supo interpretar a tiempo. Que descanse en paz.

Escribía al comienzo que la vida merece la pena. Y así es. A pesar de las dificultades, aun cuando todo parece ponerse cuesta arriba, cuando nos abraza la desdicha, si vemos el futuro en el fondo de un pozo oscuro, bah, igual mañana cambia todo. Las enfermedades pueden curarse, la soledad no dura eternamente y el dinero llamará a nuestra puerta si trabajamos con honradez y sabemos gastar lo justo. Cubiertas las necesidades, disponiendo de tiempo y gozando de una salud razonable, ¿qué necesidad hay de complicarse la existencia con pensamientos negativos?

He visto repetidamente a tantas personas sufrir de lo lindo aun teniéndolo todo a su favor que ya me cuesta creer que los desfavorecidos tengan alguna posibilidad. Sin embargo, todos siguen adelante. Mientras conservemos la esperanza, hay posibilidades. La fe es el as que guardamos en la manga para jugarnos la vida en la última ronda. Siempre todo puede cambiar. Es posible ser feliz y confiar en el futuro. Son las exigencias modernas las que nos arrastran consigo. Convendría que a muchos nos enseñaran a renunciar.

Nadie lamenta más que un famoso la pérdida de su anonimato, nadie reconoce estar más solo que el que vive rodeado de multitud de rostros anónimos, nadie conquista la felicidad detrás de sueños ajenos ni nadie es tan pobre como aquél que teme perder bienes inútiles... Quisiera, pues, aspirar a la mediocridad. No hacer daño a nadie, ayudar y ser ayudado, vivir en paz con todos y conmigo, no ver nunca más el dolor ajeno y desterrar definitivamente el mío, ser valiente para aceptar que todo inicio tiene un final y, entre tanto, poder descubrir los pequeños y grandes tesoros que aguardan detrás, siempre detrás. Esta canción me inspiró esta noche. Dulces sueños.

P.S.- Extraña y sorprendente página web.