El próximo 23 de abril se celebra el Día del Libro en toda España. Las librerías preparan una serie de eventos especiales. Me gustaría destacar la presencia de los escritores Luis Mateo Díez y José María Merino a partir de las nueve de la noche en la mítica Librería Rumor, decana de las letras madrileñas en uno de los barrios más animados del noreste.
Juzgo la labor del librero desde la óptica de un soñador. Me gustaría creer que aquellos que se enrolaron en esa aventura lo hicieron llevados por un deber más noble que el simple comercio de artículos. Son aquellos como el buen vigía que otea desde su atalaya el horizonte. Ellos escudriñan los repertorios editoriales y ofrecen a sus clientes el mejor resumen posible. La realidad será más prosaica: por esa razón quizá seamos en esto más los idealistas. La labor del librero, como la de tantos profesionales hoy amenazados por la velocidad de nuestro tiempo, es impagable.
Auténtico faro de la cultura, la librería ha guiado felizmente a numerosas generaciones de lectores. Si se apagase su luz, lo lamentaríamos para siempre. Que no se pierda todavía esa maravillosa lámpara ilustrada: compremos libros y leámoslos en libertad.
Muchos nos acordaremos de Ignacio el próximo 23. No imagino a nadie que llevara a la práctica con tanto éxito la imagen de aquel sueño. El esplendor de su magisterio aún brilla intensamente tras el blanco mostrador de Rumor. Nosotros, que lo conocimos y tratamos durante años, alimentamos su memoria cada vez que volvemos a cruzar el dintel de la librería. Traspasar aquel umbral era un acto religioso... y aún sigue siéndolo.