lunes, 24 de agosto de 2009

NUESTRA FRAGILIDAD

A veces pienso cómo sería mi país si los verdaderos protagonistas fueran personas como el doctor Pedro Cavadas. ¿Qué sería de España si tantos talentos anónimos que entregan su vida a la investigación tuvieran a su alcance todo aquello que precisaran para el desempeño de sus respectivas profesiones? ¿Cuánto bien no cosecharíamos entonces?

En lugar de eso, tenemos poco pan y demasiado circo. Me imagino al paciente que el doctor Cavadas acaba de trasplantar un nuevo rostro cuando, tras despertar de la anestesia, ha podido verse en un espejo y comprobar emocionado que aquel valenciano le ha devuelto aquello que un día sintió perder: su dignidad. Reparo, a continuación, en el retraso injustificable de nuestra ciencia y, pensando en todo lo que podría lograrse, me lleno de indignación. Hay otras personas que esperan en alguna habitación un milagro. Podríamos ser una de ellas.

Aún estoy esperando algún homenaje institucional a la memoria de Vicente Ferrer. Dicen que hizo mucho bien en un lugar que llevaba olvidado demasiado tiempo. También él contribuyó a devolver la dignidad a miles de personas. Su labor fue tan grande y necesaria que pasarán muchos años y aún se recordará cuanto hizo por los menos favorecidos. Quien ayuda de corazón y sin interés es de todos el más grande. Su ejemplo empequeñece a quienes ahora le niegan mezquinamente con su olvido el honor de una simple ofrenda. Sin embargo, sabiendo que éste no trabajó para ellos, sino para otros, serán estos quienes lo honren y sólo por ellos el Padre Ferrer se sentirá, allá donde esté, humildemente honrado.

La letra de una canción pedía que no olvidáramos nuestra fragilidad. Siempre recuerdo esas palabras. Respetar y ser respetado. Dar y recibir. Ser. Todo lo demás es accesorio y, por lo tanto, vano.

Nos angustia tanto nuestra imagen que hemos olvidado el valor de tener una imagen propia. Perseguimos una figura que no es la nuestra y así han logrado que sintamos asco y vergüenza de nuestro propio cuerpo. ¡Cuánto tendrían que decirnos al respecto personas como el paciente del doctor Cavadas! ¿En qué mundo vivimos que aceptamos semejante locura como la verdad más evidente?

Dice el refrán: "siempre hay un roto para un descosido". Por eso el mejor consejo que podemos dar a una persona es animarla a que siempre sea sincera y genuina. Si fingimos ser alguien distinto, corremos el riesgo de perder a quienes la vida atrajo naturalmente hacia nosotros para darnos su amistad y su amor. No importa cómo seamos, sino ser. Y ésa es la mayor verdad que habré dicho nunca.