domingo, 28 de diciembre de 2008

SOYLENT GREEN


Soylent green fue el título de una película norteamericana producida en 1973. En España se llamó Cuando el destino nos alcance. Está protagonizada por un acertadísimo Charlton Heston, una joven Leigh Taylor-Young y Edward G. Robinson, que fallecería al poco de terminarse el rodaje de la cinta. Este último cambiaría de registro en su última interpretación y, lejos de ser el tipo duro que representó incansablemente en la década de los 30 y 40, interpretará ahora a un anciano bueno y sabio que descubre una verdad demasiado difícil de sobrellevar.

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La película se convirtió en una obra de culto para los aficionados a la ciencia-ficción, las distopías literarias y sus versiones cinematográficas. Hay momentos en que recuerda a Fahrenheit 451, por ejemplo, el interior de la casa de los protagonistas, donde estudia Sol Roth cualquier viejo libro que llegue a sus manos, se parece a la biblioteca de la mujer que fallece en el incendio de su casa hacia el final de la obra de Truffaut.

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No faltan en nuestro tiempo, en nuestra generación, películas que recrean una final más o menos apocalíptico, desastroso o, en el mejor de los casos, desapacible. Estoy recordando títulos como Soy Leyenda, La isla, Gattaca, Paycheck o la última versión de El planeta de los simios; sin embargo, si exceptuamos títulos como Madmax (y ya tiene sus añitos, la verdad [Nota del 1/1/2009: Por supuesto que tiene sus añitos, como que es de la quinta de Soylent Green]), la primera entrega de Matrix o alguna rara excepción, ¿pueden compararse, indistintamente de que los libros en los que estén basados sean (o no) excelentes, con aquellos clásicos de hace tres o cuatro décadas? ¿Se convertirá Matrix en una obra de culto pasados veinte años? No sabré contestar a esa pregunta. Puede que el cine de los setenta tampoco se recuerde entonces de la misma forma que hoy cayeron en el olvido grandes películas de hace treinta años (y, por mucho que se esfuercen diarios españoles como LA RAZÓN o ABC al rescatar semanalmente los mejores clásicos a un precio ridículo, cuando no gratis, para sus lectores fieles, siguen sin interesarnos). Siempre habrá excepciones, por supuesto, pero es innegable que los gustos cambian y ciertas tendencias cinematográficas terminan cansando al más correoso amante del séptimo arte.

En cualquier caso, quédense con este título y, por qué no, regálenlo y regálenselo para Reyes. Siempre es agradable compartir de madrugada una película como ésta en compañía de un ser querido y un buen chocolate a la taza. La felicidad y el horror van de la mano. Hay sensibilidades a las que les podrá ofender este largometraje (no quieran conocer el argumento: es mejor seguirla sin mayor conocimiento de la trama). Tampoco se trata de Holocausto caníbal, aunque estoy seguro de que la analogía le hará sonreír a más de un malicioso cinéfilo. En fin, después de ver cómo decapitan a un ser humano en las noticias de las 3 sin aviso ni censura, ¿qué ridícula hipocresía puede hacernos creer que al ciudadano occidental aún hay imágenes o historias que le quitan el apetito o le revuelven las tripas? En cierto modo, yo creo que ya vivimos en alguna distopía. Algún infeliz biólogo, con más miopía que soberbia, considera que la mayor de todas es haber nacido: Dios no existe, la vida carece de sentido, la conciencia humana es un error evolutivo... en fin, una alegría. Supongo que el buen hombre no renunciará a su paga de Navidad. Como buen hipócrita, claro. Porque el tío se lo ha currado, eso hay que reconocérselo.