Hoy he visto Sunshine (2007), del director inglés Danny Boyle, recientemente oscarizado por su película Slumdog Millionaire. La primera es una cinta de ciencia ficción. Se supone que, en el futuro, el Sol se apagará progresivamente. Por lo tanto, la superficie terrestre se congelará, haciendo la vida imposible en nuestro planeta. Para solucionar el problema, se envía una nave con una carga explosiva que reactivará el núcleo solar (se dice algo como "una nueva estrella nacerá en el interior de otra"... en fin, ni idea). El caso es que la tripulación del Ícarus fracasa en su intento y no se vuelve a saber de ella. Se decide enviar una segunda nave, en este caso se llamará Ícarus II. A bordo, seis hombres y dos mujeres.


Si he de ser sincero, poco más importa saber. Todas las películas del género funcionan igual. Los espectadores renuevan inocentemente su capacidad de sorpesa, su deseo de aventura y, una vez más, crean un vínculo con los protagonistas, haciendo suyos el miedo y la angustia de saber que se alejan de casa y que quizá no puedan volver a ella. La colosal Ícarus II es un puntito en mitad de la nada, una mota insignificante acercándose al Sol, pero en ella la humanidad ha confiado la suerte de su destino. Eso, para nosotros, es mucho.


Querría destacar el mensaje de estas películas: el valor del sacrificio, del que da su vida por los demás. ¿Reflexionará el resto que se salva si es digno de merecer ese honor? Y, al fin y al cabo, largometrajes como Sunshine me hacen pensar si vivimos plenamente.
Robert Graves no explica bien el significado de Ícaro (hay varios pasajes de Los mitos griegos en los que uno no entiende nada si no es poco menos que erudito en la materia, lo que me parece un desacierto por parte del autor). Quizás el interesado encuentre una explicación mucho más asequible en alguno de los espléndidos ensayos de Mircea Eliade, quien no le va en zaga al autor inglés. Básicamente, el mito cuenta la historia de Dédalo, arquitecto que crea un ser a petición de Pasifae, la mujer de Minos, rey de Creta, y luego diseña el laberinto donde aloja a la criatura, que no es otra que el célebre Minotauro. Dédalo y su hijo Ícaro son encerrados por Minos como castigo, pero aquél crea unas alas para escapar de su prisión. Aunque el padre previene a Ícaro para que no vuele demasiado alto, pues el Sol quemaría la cera con la que se han construido las alas, ni tampoco demasiado bajo, pues las olas del mar mojarían las plumas y la humedad le impediría seguir volando, éste comienza a ascender fascinado por el fulgor del astro hasta que su luz quema las alas y cae al agua, donde muere. Se dice que este mito pretende enseñar cuáles son nuestras limitaciones. El Sol sería el conocimiento. Todo aquél que ambicione ir demasiado lejos, fracasará en el intento y lo pagará con su vida. Ícarus II viajará al mismo centro del Sol, lo que supone una arrogancia y un atrevimiento por parte del ser humano y, si seguimos el hilo del mito, su supervivencia en la Tierra le va en el intento. La película se deja ver, aunque considero innecesario el giro que el guionista da a la cinta hacia la mitad. ¿Logrará el Ícarus II completar satisfactoriamente su misión? ¿Qué precio nos impondrán los dioses?