viernes, 18 de septiembre de 2009

EL TALENTO Y LA VERDAD (ENTRADA REESCRITA)

Estaba leyendo el excelente blog de don Pedro Jesús Teruel cuando he tropezado con esta cita de Carlos V a propósito de los cambios arquitectónicos introducidos en la Catedral de Córdoba:

Habéis destruido lo que era único en el mundo y habéis puesto en su lugar lo que se ve en todas partes.

No conocía la cita, que me ha gustado mucho: es digna de un emperador y casi lo es también de Chesterton y de Wilde. ¿No se podría aplicar hoy a tantas cosas? Por ejemplo, a la educación. El profesor debería fomentar el talento propio de cada alumno y enriquecerlo después con un poco de estudio. ¿Acaso tiene la escuela una finalidad distinta? Los rígidos planes de estudio se han apartado de ese propósito.

A ningún joven le explican por qué tiene la obligación de ir a clase diariamente ni cuál es el motivo de que deba estudiar los contenidos de cada asignatura. Bastaría con decir que somos nosotros los que nos obligamos a que ellos tengan el derecho de asistir al colegio hasta la edad adulta y que, de ese modo, tenemos la garantía de que ningún chaval se pierda la oportunidad de conocer las cosas bellas que hay en el mundo. Si ellos no fueran a la escuela, no estarían jugando en el parque o haciendo lo que les apeteciera. La experiencia nos enseña que, lejos de esa imagen feliz, los niños que no son escolarizados trabajan como adultos toda la jornada y crecen sin los derechos fundamentales que, en cambio, sí disfrutan la mayoría de los jóvenes españoles. Por lo tanto, se les haría ver que ellos son muy afortunados al poder ir a clase y que su deber es estudiar, entre otras cosas, para tener la formación necesaria con la que un día presionarán a aquellos que no permiten a sus hijos una infancia digna.

Tampoco estaría mal que el buen profesor enseñara a sus alumnos que el ser humano es curioso por naturaleza. Les refrescaría un poco la memoria recordándoles la edad de la primera infancia, cuando seguramente torturaban a sus padres con una incesante serie de preguntas acerca de cualquier cosa. El célebre "¿por qué?". Debido a ese gran deseo de conocer, los adultos decidieron crear escuelas donde los niños recibirían respuestas a todas sus interrogantes. El problema de la escuela es que los profesores dan un montón de respuestas a preguntas que los alumnos nunca han formulado y que no entienden porque les quedan demasiado grandes para su edad. Y ésa es la razón de que los niños dejen de preguntar por qué cuando llega el momento de ir a la escuela. En cierto sentido, se podría afirmar que la actual educación obligatoria mata el interés natural del ser humano o, en el mejor de los casos, lo atrofia irreversiblemente.

En clase no debería haber libros de texto ni filas de pupitres. El aula debería estar pensada para grupos reducidos. La palabra alumno desaparecería al igual que plan de estudios. Los niños hablarían con su maestro y éste respondería a todas sus preguntas. Cuando los niños se cansaran de preguntar, el profesor les enseñaría lo que considerase oportuno, pero sin llamarlo nunca lecciones. Por supuesto, no habría tampoco exámenes. La cantidad de tiempo precioso que se pierde con esa loca ocurrencia... los exámenes. ¿Acaso nos examinan cuando aprendemos a andar, a montar en bicicleta, a reconocer los sabores de los alimentos, a hacer amistad con otras personas o a otras tantas cosas mucho más importantes que aprender de memoria el teorema de Tontinos de Culea para ponerlo bien en la hoja de ejercicios y que nos den, a cambio, un positivo? Un positivo, ¡qué memez!

Estoy por creer que ningún escolar debería pisar el colegio hasta bien cumplidos los treinta o cuarenta años. En verdad que la educación actual es, en muchas ocasiones, una tortura insufrible para los niños. Claro que, al reparar en la suerte que corrieron otros chicos menos afortunados, uno no sabe ya ni qué pensar...

He cambiado el contenido de esta entrada. El título carece ahora de sentido. Para no cambiarlo y para que siga valiendo, repetiré que el profesor debe alimentar el talento innato del alumno con el fin de moldear en él lo que es diferente a todos y lo que no podrá repetirse jamás, y añadiré a eso que la regla que debe presidir tal educación es la verdad, madre del conocimiento, de la honradez y de la dignidad.

Un autor que debería leerse en Educación para la ciudadanía: Erich Fromm.