jueves, 17 de septiembre de 2009

UN NUEVO ACUERDO EN MATERIA EDUCATIVA PARA ESPAÑA

Ödön von Horváth nació el 9 de diciembre de 1901 en la actual ciudad croata de Rijeka. En tiempos del escritor, la localidad pertenecía a Hungría y se conocía por el nombre italiano de Fiume -al parecer, el mismo que recibía en húngaro. Falleció en la inmortal París, el uno de junio de 1938, durante una tormenta: Horváth paseaba por los Campos Elíseos cuando una rama de plátano se desprendió y lo golpeó violentamente en la nuca.

Se le recuerda como dramaturgo. Los historiadores de la literatura citan, entre sus obras más importantes, su primer éxito teatral: Italienische Nacht (La noche italiana, 1931). Luego llegaría su obra más importante: Geschichten aus dem Wienerwald (Historias/Cuentos del bosque vienés, 1931), por la que recibió el Premio Kleist. Otras piezas importantes son Kasimir und Karoline (Casimiro y Carolina, 1932), Glaube Liebe Hoffnung (Fe, amor, esperanza, 1932), Don Juan kommt aus dem Krieg (Don Juan regresa de la guerra, 1937) o Der jünsgste Tag (El día más joven, 1938). El autor, que simpatiza con el socialismo, desenmascara la identidad del pequeño burgués y enfrenta la ideología política de izquierdas al emergente fascismo europeo.

También es autor de las novelas Ein Kind userer Zeit (Un hijo de nuestro tiempo, 1938) y Jugend ohne Gott (Juventud sin Dios, 1938). Al margen de que podamos simpatizar o no con su crítica a la clase media (el egoísmo, la brutalidad o la hipocresía no son males exclusivos del burgués, sino defectos del ser humano que pueden aparecer en cualquier contexto social y político), Juventud sin Dios es una obra excelente que debería prescribirse en las aulas de Educación para la ciudadanía. Yo conocí el texto hace años y he olvidado parcialmente su argumento. Creo, no obstante, que todos los lectores compartimos, durante las páginas de aquel relato en primera persona, la angustia creciente de ese pobre e indefenso maestro que intentaba en vano inculcar unos valores universales en una juventud trastornada por el odio. Permítanme que cite unas líneas de la reseña editorial, a ver si les suena a algo reciente:

Ambientada en los momentos de ascenso del nazismo y con una trama policiaca, narra las dificultades de un maestro para educar a los jóvenes en el humanismo, cuando la sociedad entera ha perdido los más elementales principios morales. Con un estilo duro, de lenguaje deshidratado y esquemático y narración ceñida a lo esencial, Horváth va más allá de la crítica a un sistema en concreto y ataca a la esencia misma de los sistemas totalitarios.

¿En qué tipo de sociedad vivimos hoy que el relato de hechos tan funestos nos parece la crónica de un suceso actual? ¿No hemos aprendido nada de la historia?

Hace unos días, doña Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, comunicó públicamente su deseo de convertir al profesor en "autoridad pública". De ese modo, se intenta revalorizar el papel social del docente y otorgarle un poder necesario para reestablecer su desacreditada autoridad en las aulas.

Nadie ignora cuál es la situación actual en los colegios españoles. Hace tiempo que se tocó fondo en la enseñanza. ¿Qué más puede suceder? La medida que pretende tomar la señora Aguirre ha sido demandada desde hace años por el colectivo laboral más castigado socialmente. Se producen más bajas por depresión o estrés en el profesorado que en las fuerzas de seguridad nacional. Y es muy fácil comprender por qué: ¿de qué forma un profesor puede imponer su autoridad cuando debe enfrentarse sin ningún medio al desafío constante de decenas de alumnos conflictivos que se saben impunes? ¿Se imaginan que el ejército español tuviera que luchar sin armas? "Impongan su autoridad", les dirían. Y si no pueden, es que no valían para la guerra. Ése es el pensamiento que gobierna los sesos de muchos y pésimos jefes de estudios en este país: creer que un adulto podrá doblegar la maldad de sus alumnos con la simple presencia.

Mientras no existan mecanismos coercitivos del delito en las aulas y la sociedad avale las decisiones tomadas por los profesores, nadie podrá hacer frente con éxito a nuestra juventud. Lejos de eso, terminaremos siendo acaudillados por nuestros propios hijos. De hecho, esto ya ocurre. Se dan casos de adolescentes que, con solo doce años, hacen en casa lo que se les antoja. ¿Cómo un padre puede sentir temor de su hijo? Ver para creer.

Los suizos Hermann Hesse y Robert Walser publicaron respectivamente sus novelas Unterm Rad (Bajo las ruedas) y Jakob von Gunten con tres años de diferencia. La novela de Hesse, en 1906 y la de Walser, en 1909. En ambos textos hay una condena amarga de la educación recibida, aunque la crítica es de distinta naturaleza. Han transcurrido cien años desde la primera edición de las dos novelas y el panorama en las escuelas ha cambiado mucho. Ya no hay profesores severos que aterrorizan a sus alumnos y les infligen castigos físicos. Sin embargo, la violencia persiste. Ahora la ejercen los alumnos contra sus maestros y, ésta parece una constante de la vileza juvenil, contra algunos compañeros de clase. Se ha pasado de poner al niño mirando a la pared, de rodillas y sujetando pesados libros en cruz a pegar una paliza a la profesora mientras alguien graba el dudoso triunfo que luego colgarán en internet.

De las lágrimas de los alumnos de Albert Lory (Charles Laughton en Esta tierra es mía, 1943) en su discurso final a las de cualquiera de nuestros profesores de hoy se ha producido una patética involución. No se trata de que uno de los bandos sufra, sino de que ambos se beneficien de los fines que persigue esa curiosa sociedad compuesta por treinta chavales que se aburren y un adulto que les enseña a no aburrirse.

Y volvemos al mismo problema de siempre: hay personas que no pueden convivir con otras bajo el poder de determinadas circunstancias. El mal no lo provoca la sociedad, el dinero ni la política educativa, aunque contribuyan en gran medida. Hay jóvenes con problemas personales que deben ser aislados hasta que estos logren superarlos. El asunto es que nunca se solucionan y, con dejar pasar el tiempo, no encontrarán salida por sí solos.

Veamos un ejemplo:

Un joven violento se ha convertido en el cabecilla de un grupo. A sus órdenes, los chicos la lían en clase. El resto del alumnado no lo impide porque tiene miedo, simpatiza en parte con sus compañeros o le da igual lo que ocurra. De un grupo de treinta alumnos, en cada clase estamos perdiendo a diez alumnos interesados en la materia, a dos o tres chicos brillantes y, sin duda, el talento de algún superdotado. Y todo por culpa de un chico conflictivo. El profesor no puede expulsar de clase al alumno problemático. Si lo castiga un día por la tarde, el joven se enfadará más. Por experiencia sabemos que ese tipo de sanción no sirve de nada. Podemos intentar hablar con él después de clase. Al día siguiente se le habrá olvidado todo lo que hayamos comentado. Si hablamos con los padres, el alumno igualmente se encrespará y, en ocasiones, el profesor corre el riesgo de que el padre defienda al hijo o reconozca que no puede hacer carrera de él. Llegados a este punto, ¿qué puede hacer el docente? Nada. Si traslada el problema a la junta de profesores o al jefe de estudios, seguirá sin resolver el problema. Lo más probable es que su director le dé un aviso y le recuerde que debe imponer su autoridad. Pero ¿cómo? El pez se muerde la cola. Si el maestro no tiene herramientas para acabar con el conflicto, pierde autoridad. No puede imponer su autoridad porque carece de medios. No hay solución.

Yo apartaría al joven del grupo e investigaría qué problema tiene.

- Muchas veces se tratará de una carencia afectiva. Llama la atención en clase porque en su casa no encuentra la suficiente. Resolveremos el problema llenando ese vacío.

- Puede deberse a un problema familiar: los padres discuten y el niño se rebela interiorizando la violencia conyugal que después manifestará en clase con agresividad e impotencia. Mientras los padres no logren un entendimiento maduro, el joven mantendrá su actitud. No olvidemos que el niño conflictivo, en realidad, es una víctima.

- Tal vez el joven necesite atención psiquiátrica porque sufre un mal nervioso o un daño mental. En este último caso, evidentemente el chico no puede permanecer en su clase y necesitará ser atendido en un lugar especial.

- El joven es inmaduro y compensa su inseguridad en el seno de una pandilla. Las malas compañías han convertido a este chico introvertido en un fanático. Lógicamente no es feliz y sabe que no ha logrado superar su miedo. ¿Cómo expresa su impotencia? Con agresividad. Seguramente, además de enfrentarse a su profesor, hace daño a algún compañero, algún niño bueno y feliz, su imagen opuesta. En este caso hay que fortalecer su autoestima, el profesor deberá descubrir en él algún talento y lo tratará con afecto. La tarea debe compartirse con el psicólogo del centro y con los padres. Cuando el niño se sienta más seguro, probablemente desistirá.

- El niño es malo por naturaleza. Nada funciona con este joven. Ha ido de centro en centro, se acumulan las expulsiones y ha repetido demasiados años. ¿Qué hacer? Desde luego estamos ante un caso límite. Es preciso crear lugares para personas como él. En otro ambiente, siguiendo un plan de estudios flexible y adaptado a sus características personales, buscando en la enseñanza un fin diferente, siguiendo muy de cerca su evolución y con más paciencia que un santo, podemos confiar en el milagro. Ahora bien, desde luego que en un centro "normal" no debemos esperar ningún éxito.

Como vemos, el profesor siempre debe involucrarse activamente en la formación personal de sus alumnos. Es una tarea que excede su horario de trabajo y muchas veces roza la labor del asistente social cuando no la que podría ejercer un familiar. Seguro que a los profesores no les falta motivación, pero estos no pueden desempeñar una tarea tan exigente si están al cuidado de tantos alumnos, sin la consideración social que merecen y recibiendo por todo ello un sueldo tan bajo.

Me parece muy bien la propuesta de S. M. el Rey Don Juan Carlos I cuando afirmó en su discurso de Inauguración del Curso Escolar 2009-2010 que hay que prestigiar a los profesores y alcanzar un acuerdo sólido en materia educativa. La naturaleza de dicho pacto y la nueva consideración del maestro deben trascender su propiedad nominal y convertirse en una realidad de iure. Así tanto en la enseñanza pública como en la privada.

El tema da para mucho más. Estas palabras sólo fueron un punto de partida.