Imaginen una influyente cofradía de holgazanes, impostores, hipócritas, parásitos de prebendas ministeriales, de sueldos inmerecidos, adoradores de la pompa de jabón fino que da ir en coche oficial, trapaceros, cursis que viven caprichosamente y gentes rapaces, en general, de mal vivir y de peores intenciones. Son su vecino, su alcalde, su esposa, su jefe en la oficina. Miran por encima del hombro, pero su soberbia no les da para mucho más: sólo son una medianía, un defecto, un error consentido, la apófisis etérea de la mierda: su hedor.
Es la fauna ibérica que gobierna el cielo y la tierra de este país. Los domina el rencor, la envidia y la avaricia. Quieren más. Más de todos nosotros porque sólo son, precisamente, el botín que rapiñan al prójimo.
No existen los tiempos de crisis, sino la extenuación de la infeliz víctima. ¿De dónde van a chupar cuando ya no haya hacienda ajena que consumir? ¿Qué nuevo ardid inventarán?