Si me pidieran una definición improvisada de la palabra prejuicio, respondería que es la comunión de varios vicios o, específicamente, el resultado de unir la ignorancia y la violencia con el miedo y la soberbia. La ignorancia y la violencia suelen entenderse bien y crean monstruos a cualquier edad. Si el miedo -la respuesta a esa frustración- se aplaca con dosis de soberbia, el sujeto se convertirá en un peligro para sí mismo y para los demás. De ahí la importancia de educar a las personas desde la infancia.
El espíritu de nuestro tiempo sopla en la dirección equivocada y ha arrastrado a miles de adolescentes hacia la desidia. Entendería que un lector (tal vez demasiado temprano) de Cervantes criticase sus páginas, pero ¿cómo se puede condenar lo que no se conoce? La mayoría de los alumnos no quiere leer a Cervantes; en realidad, no quiere leer nada. ¿Somos nosotros y son ellos conscientes de las consecuencias de una educación tan pobre? El problema se agrava cuando el profesor descubre que a buena parte de su alumnado le desagrada, además, la música clásica, la geografía, el cine, la historia... Quizá la educación obligatoria y los exámenes hayan convertido el estudio en un medio y no en un fin.
No sé por qué me viene a la cabeza el recuerdo de aquel profesor alemán que intentaba inculcar unos valores humanistas en una juventud trastornada que soñaba con ir a la guerra y purificar la raza. ¿Se acuerdan de Ödön von Horvath y su Jugend ohne Gott?
Una humilde proposición: separemos las asignaturas de Lengua y Literatura. En la segunda, la teoría puede servir de conocimiento y comprensión de los textos, pero lógicamente debería invertirse la mayoría del tiempo en leer. Y leer es como dormir: debemos hacerlo a diario. No basta con cuatro horas lectivas a la semana de las que hay que dedicar dos a la materia de lengua y dos a la de literatura. De este modo, el joven se acercará a los clásicos nuevamente y ¡quién sabe! nosotros le ayudaremos a borrar un prejuicio más.
"No deje que se le arrugue el cerebro" es el título de una noticia que Sandra Fernández ha firmado el pasado domingo para el suplemento MAGAZINE del diario español EL MUNDO. Según el neurólogo Félix Viñuela, director de la Clínica de la Memoria del Hospital Nisa de Sevilla y experto en envejecimiento cognitivo, pasar demasiadas horas ante el televisor, soportar durante años un trabajo estresante, padecer trastornos del sueño, sufrir problemas emocionales más o menos severos (desde la depresión hasta un desengaño amoroso), tomar la jubilación anticipada y -esto último aún por comprobarse- el empleo abusivo de las nuevas tecnologías (internet, telefonía móvil, videojuegos, etc.) son hábitos que influyen decisivamente en el envejecimiento de nuestro cerebro. Ese deterioro conlleva falta de memoria, dificultad para resolver problemas, pérdida de la orientación, incapacidad de mantener la atención y problemas al expresarnos.
¿Cómo podemos evitar la degeneración de nuestra memoria y, con ella, la de nuestro cerebro? La respuesta es tan sencilla como evidente: entrenándolo. ¿Cómo? Al parecer, cada persona necesitará un entrenamiento individualizado, pero hay un calentamiento básico común: la lectura. En palabras de Félix Viñuela, "la mente se ejercita con hábitos intelectuales saludables como la lectura. Hay que leer, lo que sea, el periódico mismo, y participar en actividades asociadas a la lectura como [el] teatro o [las] tertulias".
En definitiva, la oferta audiovisual seca nuestro intelecto, no así la lectura. Sería oportuno recormendar el número de noviembre de Revista de libros, cuya portada está dedicada a Wikipedia. Manuel Arias Maldonado, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Málaga, dedica cinco páginas al tema. En nuestra sociedad, cada vez más idiotizada, internet se ha convertido en el nuevo oráculo de Delfos al que se acude para "interrogar a los dioses" acerca de miles de cuestiones, la mayoría banales (sería interesante una reflexión acerca del significado de los verbos saber, conocer(se) y aprender). Si Wikipedia es la herramienta de consulta más usada de internet y todos los docentes, investigadores e intelectuales han mostrado su inquietud al respecto, fomentar esta tendencia puede conducirnos a una situación muy preocupante. En cierto sentido, internet ha matado el espíritu crítico de la sociedad. El estudiante se ha convertido en un usuario que consume el conocimiento y lo deglute igual que una hamburguesa insana. No hay objeciones, dudas, críticas... Es la consecuencia de nuestro sistema educativo.
He comenzado la lectura de Estructuras de la mente: la teoría de las inteligencias múltiples, del psicólogo norteamericano Howard Gardner. Defiende la idea de que no tenemos un único cociente intelectual, sino que contamos con varias inteligencias distintas. Hasta ahora se han distinguido nueve: la inteligencia lingüística, la lógico-matemática, la espacial, la musical, la corporal-cinestésica, la intrapersonal, la interpersonal, la naturalista y, últimamente, la espiritual. No me convence mucho esta teoría. Para mí, las nueve inteligencias sólo son la manifestación única de esa compleja maquinaria llamada cerebro y podríamos ampliar el número de inteligencias hasta igualar el de las capacidades o habilidades del ser humano, lo que resultaría costoso y, finalmente, innecesario. En cualquier caso, trátese de inteligencias o habilidades, lo que deberíamos tener muy claro es que hay que ejercitar cada una de ellas o, de lo contrario, terminarán atrofiándose.
¿Qué futuro les espera a nuestros jóvenes sin la belleza sublime del conocimiento? ¿Estamos gestando una generación de tiranos, de personas insensibles, de futuros dictadores y sometidos? Sería una crueldad cruzarse de brazos ahora.