Según el informe "Risks and safety on the internet" realizado por The London School of Economics and Political Science, el 41% de los jóvenes españoles menores de 16 años hace un uso abusivo de internet (v. páginas 34 y 35).
Más alarmante me parecen los resultados acerca del acoso infantil (v. a partir de la página 67): el 5% de los chicos sufre bullyng más de una vez por semana y el 10% lo ha experimentado ocasionalmente. Estos datos me parecen demasiado optimistas. Sólo hay que echar un vistazo a las escuelas. Muchos niños comienzan a sufrir el acoso de sus compañeros en los primeros cursos y éste dura hasta el final de su escolarización, produciéndose las agresiones y amenazas tanto físicas como verbales a diario. Imaginen el horror que padecen miles de niños durante más de una década. Generalmente ellos lo ocultan por pudor, por nobleza o por miedo. Temen hacer daño a sus padres confesando el sufrimiento que padecen cada día en la escuela. A veces callan imaginando terribles represalias por parte de sus agresores tras la denuncia. Lo peor es la complicidad cobarde del resto de los compañeros y el silencio de profesores y dirección que prefieren mirar a otro lado.
Los capítulos 6 y 8 del estudio están dedicados a los riesgos asociados a la pornografía, tanto el visionado de imágenes explícitas como el envío o recepción de mensajes de contenido sexual. Resulta preocupante que, cada vez que las autoridades atrapan a los miembros de una red de pederastas, siempre aparezcan varios maestros entre los inculpados. Asociado a esta lacra, el capítulo 9 habla de los contactos que los jóvenes hacen en internet y el peligro que corren cuando se citan en persona. Yo sinceramente no entiendo cómo pueden suceder estas cosas. Sólo puedo culpar a los padres: es su negligencia, sumada a la actitud imprudente e inmadura de los hijos, la única responsable de que ocurran estos males. Cada tanto la sociedad enmudece con los pormenores del asesinato de un menor a manos de sus compañeros de clase, pareja sentimental o conocido del barrio. ¿Cuántos casos se habrían evitado si los mecanismos de detección propios de una social sana hubieran funcionado correctamente? Pero en la nuestra está fallando el principal: la familia. No hace falta ser una lumbrera para darse cuenta (y cuando uno está delante de treinta chavales lo detecta al instante) de que los niños conflictivos son casi siempre víctimas de una familia desestructurada y que su actitud es una llamada de auxilio que casi nunca recibe la atención necesaria. Falta de motivación, malas notas, ausencias injustificadas, mala actitud, comportamiento llamativo, trato irrespetuoso, aislamiento social (bueno, depende del contexto: esto a veces puede ser síntoma de lucidez)... señales evidentes de socorro, síntomas inequívocos de un malestar.
El buen profesor no puede limitarse a la enseñanza de su materia siendo testigo de estos graves problemas. Debe actuar y asumir un riesgo, pero éste es incomparablemente menor que el que sufre el alumno. Bien merece el esfuerzo si a cambio ve salir del atolladero a un joven inocente.