Reivindiquemos la errata. El error le da vida al texto, su humanidad. La firma del autor está en sus fallos, no en sus aciertos. Qué gran logro publicar una equivocación, ese desliz que convierte en aliento humano la magia del signo. Las letras muertas, ¿quién las quiere? El fósil perfecto, ¿lo escribió alguien desde el más allá, un tótem, una máquina? Prefiero creer en la ilusión, en que el texto vive gracias a estas pequeñas faltas cotidianas en las que se revela el yo íntimo de la creación. Un texto impoluto no parece humano. Reivindiquemos también los fallos para la vida, la imperfección. La Humanidad perfecta: un gran título para un libro sobrecogedor. Ya vivíamos la utopía cuando nos dimos cuenta de ello. Les quiero con faltas. Faltas pequeñas que nos hacen diferentes y únicos.