Estimado lector:
¿Se ha parado a pensar alguna vez que en la escuela le obligaron a aprender de memoria la gramática latina mejor que la inglesa o la francesa; que tradujo más textos y a más autores latinos que a modernos y que, de memorizar un poco el vocabulario latino, podría presumir hoy de tener el latín como segunda lengua?
Si usted se toma la molestia de traducir diariamente varios renglones en latín y se aprende de memoria las palabras principales, créame que, con el paso de los años, terminará dominando el idioma de Julio César. Al fin y al cabo, el castellano es hijo del latín.
Yo aprendí con un método que hoy ya no se vende en las librerías (o eso me parece a mí porque, la verdad sea dicha, no lo veo nunca en las estanterías). Lo preparó don Francisco Torrent y lo publicó Gregorio del Toro en Madrid. Dos volúmenes pequeños, con incipiente ilustración a color, explicaciones claras, textos en latín para traducir y listas de vocabulario. En la portada leo "Sociedad Española de Estudios Clásicos", que aún existe y tiene página web (no se pierdan su colección de revistas en pdf, que las colaboraciones son de primera). Poco más puedo decirles del manual del señor Torrent, salvo que se trata de una obra muy completa, pero no muy llamativa desde el punto de vista estético. Si usted quisiera aprender latín, haría bien adquiriendo este método, aunque estoy seguro de que hoy existen otros más modernos, quiero decir, más vistosos.
Debería completar su equipo con un diccionario y una gramática. Yo usé el diccionario ilustrado Vox, que es el clásico; aunque, con el correr de los años y la evolución de las imprentas, ahora varias editoriales ofrecen sus correspondientes diccionarios de latín. Yo me sigo quedando con mi viejo Vox al que hace unos años lavaron la cara con una nueva portada más acorde a estos tiempos. En cuanto a la gramática, bueno, ahí tenemos un problema: si el libro de Torrent se le cae a uno de las manos, las gramáticas latinas publicadas en España directamente harán desistir a más de uno en su empeño por aprender el idioma. Yo tengo la célebre Gramática Latina, de don Santiago Segura Munguía, publicada por la Universidad de Deusto, donde fue catedrático y ahora, profesor emérito. Leo en las solapas del libro que la editorial Anaya le ha encomendado sus libros de texto de latín desde 1963. Debe decirse que, entre 1957 y 1966, publicó todos los textos oficiales del Curso Preuniversitario, así que hablamos de una eminencia. El texto de su Gramática Latina es completo, ahí realmente se estudia la morfología y la sintaxis, pero algunos cuadros resultan confusos y la edición facsímil de la de 1961, que es la que ahora se sigue publicando, a estas alturas no convence. ¿Cómo se concibe que en 2008 se siga leyendo el texto tal y como apareció hace más de cuarenta años? Ya son ganas de no querer mejorar lo presente, que sería fácil de hacer: un tamaño más grande de página, un texto menos apelotonado, una tipografía más clara y actual, cuadros completos en varios colores, un papel más grueso que no fuera ese soso offset blanco... Existen otras gramáticas, sí, como la publicada por Bosch (harina de otro costal es la Gramática griega, de don Jaime Berenguer Amenós, un magnífico manual que un día superará las cuarenta ediciones) o Ariel, pero éstas no mejoran sustancialmente los inconvenientes de la del maestro Munguía (que, sin embargo, es una edición magnífica y, tal vez, mejor).
La editorial Gredos mantiene una excelente colección, aunque breve, de textos bilingües. Una vez que el estudiante se ha familiarizado con las normas gramaticales del latín, es hora de ponerse a traducir. Lo normal es empezar con textos como La Guerra de las Galias, del emperador Julio César. También se suelen traducir varios pasajes de Las Catilinarias, de Cicerón. Si el primero de los libros es ameno, el segundo no hay quien lo soporte. Yo invitaría al estudiante a que dejara Las Catilinarias para peor ocasión y se metiera de lleno en la traducción de uno de los libros más hermosos que tendrá la ocasión de manejar: De amicitia, del propio Cicerón (es que un genio también tiene sus días malos, pero luego lo arregla compensando a los lectores con joyas como ésa).
Y, en fin, poco a poco uno pasa del manual de don Francisco Torrent y la gramática de don Santiago Segura Munguía a otras obras más complejas, más específicas, y abandona la traducción de textos sencillos para directamente leer de corrido obras como La Eneida, los clásicos medievales de teología o los Coloquios de Erasmo, que resultan muy amenos.
El estudio del latín (y no digamos ya del griego) es de gran utilidad no sólo para el estudiante de Humanidades, sino también para el de Ciencias: el médico se lamenta de no saber griego porque su conocimiento le permitiría memorizar con más facilidad la terminología técnica nombrada en esa lengua y el botánico sufre lo suyo con el latín a la hora de estudiar las plantas. El latín es la lengua oficial de El Vaticano, en latín se c0nserva una importante traducción de las Sagradas Escrituras, en latín juzgaron a Cristo y en latín escribieron muchos su personal semblanza de Éste. Ha sido la lengua de la cultura en Occidente hasta hace muy poco tiempo y aquél que lo estudió no encuentra dificultades en la adquisición de lenguas como el alemán (que es deudor del griego y, por lo tanto, del latín), el inglés (el 60% del léxico inglés proviene del latín) o las lenguas románicas.
Personalmente me quedaría con una utilidad del latín: la lectura de textos antiguos, el estudio de la paleografía. Si usted vio alguna vez un viejo manuscrito con hermosas ilustraciones en las que unos lánguidos y simpáticos tipos vestidos con trajes pobres y largos levantaban unos dedos reumáticos mientras ponían cara de alucinados, probablemente se fijó también en la cuidada caligrafía que acompañaba los dibujos y constataría que aquel texto resultaba ilegible. Esa letra probablemente fuera visigótica y el idioma, latín. Para el paleógrafo ésta es una de las caligrafías más sencillas, pero su lectura se complica por culpa de la lengua. El estudiante de latín no tendrá problema alguno. Así que, si alguna vez tiene la suerte de manejar uno de esos viejos libros -o, al menos, un facsímil-, con sus conocimientos de latín podrá leerlo casi de corrido. Imagínese que ello le permitirá hasta preparar una edición filológica de algún clásico medieval. Vamos, una gozada.
Recuerde: saber latín le beneficia y carece de contraindicaciones.