Leo un artículo del 5 de diciembre de 2009 publicado en The Times que puede consultarse online pinchando aquí. Se titula "Saving our religious heritage" y lo firma Richard Morrison. El articulista lamenta el abandono que sufren los viejos templos del Reino Unido (las iglesias parroquiales necesitan 150 millones de libras anuales para evitar el derrumbe) y se pregunta si existe alguna relación entre el vacío de las iglesias y el paulatino cierre de los pubs (4000 locales menos en la última década). Al final, aventura la siguiente conclusión: la vida en comunidad se desmorona.
Algunos fragmentos del artículo:
If the more apocalyptic forecasts are to be believed, the only people going to church in Britain in ten years’ time will be the Archbishop of Canterbury and Sir Cliff Richard.
York Minster and Canterbury Cathedral need to find £25 million between them to tackle major repairs.
It’s strange — perhaps a coincidence, perhaps not — that so many churches are falling into disuse and disrepair at the same time as hundreds of pubs are closing across Britain (more than 4,000 in the past ten years). It does make you wonder about cause and effect. Is communal life in Britain fragmenting at such an alarming rate because institutions that were once socially binding — such as pubs and churches — have become ossified or too narrow in their appeal?
Personally, I would like to see churches reborn as gathering places for the community. I don’t mind whether that means them doubling as crèches, cafés, art galleries, sports halls, adult education centres, theatres, concert halls, youth clubs or drop-in centres for the old or lonely. Indeed, I have been in ancient churches that operate very successfully in each of these areas, yet still radiate an aura of timeless beauty.
Hace poco visité el norte de Extremadura. Es indudable que el turismo genera una buena parte de los beneficios de esta región. El Parador de Trujillo se ubica en el antiguo convento de Santa Clara (más información pinchando aquí). Las celdas que dan al claustro principal se han convertido en habitaciones para los huéspedes del hotel y la sala del desayuno ocupa una capilla. A diferencia del señor Morrison, me disgusta que un lugar sagrado se destine a otros usos. Comer en aquel oratorio, acercarse a por los zumos del altar y tomar el pan bajo la hornacina donde hallaría su sitio una imagen de la santa patrona o de Jesús crucificado me parecieron un ultraje.
El destino de muchos edificios históricos es una incógnita. Alguien lamentó una vez la suerte de aquellas naciones con demasiado patrimonio por los cuantiosos gastos que supone su mantenimiento. Sin embargo, un pueblo culto atenderá las demandas exigidas por su pasado. Alguien que no sabe de dónde viene fácilmente puede errar el rumbo. Yo prefiero apostar por la conservación de nuestros monumentos. El fin que se les dé ya se debatirá la próxima vez.