miércoles, 8 de diciembre de 2010

LOS DÍAS Y LOS LIBROS


Dedico estas semanas al estudio de las primeras culturas. Hasta la fecha, sólo en castellano, he encontrado seis ediciones del Gilgamesh (las de Andrew George en Debolsillo, Jean Bottéro en Akal, Joaquín Sanmartín en Trotta, Stephen Mitchell en Alianza, Jorge Silva Castillo en Kairós y Federico Lara Peinado en Tecnos). Todas son necesarias y se complementan, pero el investigador se vuelve loco con tantos libros, aparte de que no siempre están disponibles en librerías o bibliotecas y adquirir un ejemplar de cada título resulta costosísimo para el bolsillo y luego conlleva los problemas de logística e higiene en el hogar propios del amante del conocimiento impreso.

Sería estupendo que existiera una única edición de cada título que albergara las aportaciones y diferencias encontradas por todos los traductores, editores y estudiosos de la obra. De ese modo, bastaría con acudir a esa única edición para, de una vez, tener todo al alcance. Quizá sea posible con el libro electrónico e internet. Sin embargo, habría que actualizar nuestra biblioteca periódicamente, problema menor comparado con el que nos presenta hoy la cultura en papel. Ahora bien, ¿quién aprobaría esa edición y daría el visto bueno a las siguientes incorporaciones? ¿Qué riesgos correríamos al poner toda la cultura en un dispositivo electrónico susceptible de ser infectado por un virus? Todo esto me recuerda bastante a Wikipedia. Se me ocurre una pega mayor: ¿qué modelo de sociedad es necesario para que todos los individuos trabajen por un bien común? El occidental está muy lejos de esa utopía. Lo más parecido a eso que podemos imaginar es una secta religiosa o el comunismo. Prefiero quedarme como estoy.

Mientras escribo estas palabras miro la nueva montaña de libros que compré recientemente. No sé si podré leerlos todos algún día. Me angustia ver esa pila de papel. Producir tantos títulos al año no implica necesariamente un progreso, al contario, agobia al lector. Creo que se leería más si se editara menos y, sobre todo, si existieran colecciones de fondo y no editoriales que descatalogan libros a los pocos meses de haberlos puesto a la venta. También podemos optar por construir gigantescas bibliotecas en todas las ciudades o bien escanear los libros y almacenarlos en un sitio virtual al que se acceda pagando una pequeña suma cada vez que se consulte un texto. Podemos optar por resignarnos y aceptar que sólo podemos leer una parte minúscula del conocimiento. Ojalá en la otra vida Dios lo haya solucionado todo. El Paraíso bien podría ser este mundo, pero sin sus defectos. Ya imagino las estanterías del Cielo, construidas con nubecitas blancas, y a John Malkovich tomándose un Nespresso mientras dialoga feliz con nuestro autor favorito, quien ha recobrado la vista y dice que todo le parece ahora estupendo, pero que tendrá que negociar lo del puesto de bibliotecario, que una cosa es imaginar la biblioteca de Babel y otra muy distinta fatigar sus innumerables pasillos.