Hace tiempo abrí por primera vez La biblioteca de noche, de Alberto Manguel. De todas las imágenes que vi en ese libro maravilloso, la del biblioburro fue la que más me llamó la atención. Hoy le explicaba a una profesora de la antigua Checoslovaquia la anécdota de esa simpática iniciativa. Decidí enviarle un enlace a su correo electrónico. Era un vídeo de Youtube. Hoy quise conocer la historia de esa iniciativa y descubrí una historia emocionante.
Don Luis Soriano era un maestro rural que leía cuentos a sus alumnos. Pronto descubrió cómo los libros podían transformar la realidad de los lectores, especialmente la de los niños. Decidió crear el biblioburro, una red de préstamo editorial parecida a nuestro Bibliobus, compuesta inicialmente por 70 volúmenes que portaban dos asnos, llamados con gran acierto cervantino Alfa y Beto. Los dos animales y el buen hombre se acercaban a zonas rurales de Colombia alejadas de una biblioteca. Tras escuchar una lectura de cierta novela de Juan Gossaín, don Luis se puso en contacto con la emisora para pedir un ejemplar de la obra. A cambio recibió un generoso donativo que superaba con creces las espectativas iniciales. Hoy el biblioburro distribuye más de 4000 ejemplares y pronto se terminará la construcción de un pequeño edificio que alojará la primera biblioteca fija de don Luis Soriano. Pueden encontrar más datos en Wikipedia.
Uno siempre busca esa historia sencilla, de pocas páginas, que llegue a muchos lectores y le permita a su incrédulo autor dedicarse finalmente a la escritura, encontrando así su lugar en el mundo; pero la realidad es la mejor narradora: no se puede competir con ella. ¡Qué tipo tan grande, don Luis Soriano a lomos de sus borricos ilustrados! En verdad es Hispanoamérica una Castilla elevada al cuadrado, fecunda, mágica, dilatada, sorprendente, entrañable, trágica y esperanzada. No sé si puede haber una imagen más triste, pobre y humana que la de un hombre arrastrando dos asnos con libros. Con qué alegría corren los niños para pedir un libro cuando ven acercarse a don Luis. Ya le gustaría a más de un profesor ver reflejado un ápice de esa chispa en los ojos de sus abúlicos alumnos. ¿Qué hemos hecho mal en Europa?
Lo más bonito de la historia de don Luis es que no necesita un fiel escudero ni precisa serlo de nadie. Él es, en compañía de sus dos burritos, una epopeya superior, más digna de ser un día contada que la de otros caballeros que por el mundo fueron tras sabe Dios qué. ¡Cuántos horizontes despejados no habrá puesto la naturaleza a su paso! ¡Cuántas estrellas que contar en el firmamento!