martes, 10 de abril de 2007

MÁS CINE


Dos directores: Luchino Visconti e Ingmar Bergman



Debemos al genio de Luchino Visconti algunas de las obras maestras del cine europeo: La caída de los dioses, Senso, Rocco y sus hermanos, El gatopardo o Muerte en Venecia. El sueco Ingmar Bergman, menos preciosista y más introspectivo que el italiano, nos legó otra serie de pequeñas joyas inapelables (como dicen ahora en la radio): El séptimo sello, Fresas salvajes, El manantial de la doncella, Persona, Secretos de un matrimonio, Fanny y Alexander o Saraband. ¿Quién olvida esa partida de ajedrez que mantienen el atormentado caballero y la muerte, que ha ido a llevárselo? Los estamentos sociales están perfectamente representados: el clero, con sus rezos y sus procesiones; la nobleza, preocupada por altos ideales y hondas preocupaciones (cuando no en oscuras invenciones para enriquecerse y con ello envilecer aún más su alma); los hombres libres del arte, que viajan como juglares de aldea en aldea y de pueblo en pueblo, y las gentes vulgares que trabajan la tierra y cuidan a los animales, seres reducidos a la condición humana más baja y fea por un capricho de nacimiento y unas leyes que hoy todos desaprobaríamos enérgicamente. De El séptimo sello, sin lugar a dudas, yo me quedaría con el simpático matrimonio de juglares: él parece un hombre bueno y ella es muy afortunada. Ambos hacen una pareja de futuro. La escena más alegre, que después interrumpirán los rezos y el fanatismo de unos religiosos que no supieron entender bien el sentido de la religión, es la representación que hacen los cómicos. El caballero Antonius Block, el estoico escudero Jöns, la bella Mia y su jovial marido Jöf... todo ello al margen de las interpretaciones de la película: existencialismo, puesta en escena simbólica, relevancia contextual, etc. Se mire por donde se mire, una obra de arte de los pies a la cabeza.

Cuatro lugares



Frank Capra dirigió Horizontes perdidos. El espectador atento recordará los versos del lakista: estos llegan a nuestra memoria como un sueño que nos es propicio: In Xanadu did Kubla Khan... La película descubre un lugar idílico donde la utopía se ha logrado. No sorprenderá al lector ilustrado que, una vez más, el paraíso se encuentre tras un largo y penoso periplo (entiéndase en su acepción menos material). Por su parte, Mark Robson ubicó un lugar feliz en algún lugar de la lejana China. Allí acude la bella Ingrid Bergman con el afán de convertirse en misionera y cuidar a los pobres que lleguen a su albergue. La historia está basada en la vida de Gladys Aylward, a la que llamaron "santa". Nadie duda de que el albergue es una metáfora más.



Existe otro lugar: éste sólo habita en nuestra memoria. Lucha contra el olvido, pero es una batalla que todos estamos condenados a perder. Andrei Tarkovsky llevó a la gran pantalla la primera adaptación de la novela del escritor polaco Stanislav Lem. Todos recordamos su título: Solaris, aunque temo que pocos hayan comprendido algo. Más asequible y sencilla (sin duda, también más alegre) resulta Cinema Paradiso. Su director, Giuseppe Tornatore, también recrea un lugar mágico al que sólo puede acudirse con el vuelo de la imaginación, compañera inseparable de la infancia y de la inocencia.

Cinco personajes: Eddie Felson, Atticus Finch, Lawrence de Arabia, Barón de Münchausen y Cyrano de Bergerac



Eddie Felson, llamado "el Rápido", sabe jugar al billar como nadie. Vive errante, de sala en sala, timando a todo aquel dispuesto a apostar unos dólares. Sólo hay alguien que pueda hacerle sombra: "el Gordo de Minnesota". Paul Newman, al igual que en La leyenda del indomable, da vida a un hombre marcado por un signo vital: la fuerza de su voluntad, lo que nuestros pasados también llamaron pesimistamente "terquedad" y que hoy en día el DSM-IV se habrá encargado de catalogar en alguna lista (¿tal vez entre los trastornos del control de los impulsos?, aunque ello nos resulte paradójico, es decir, que la fuerza de la voluntad no sea otra cosa que la sumisión a la voluntad que, por otra parte, nos es ajena). Por su parte, Gregory Peck protagonizó uno de esos grandes y humildes largometrajes, el sustrato preciso del que surgen los más bellos episodios que ha protagonizado el ser humano, en el que un sólo individuo, asistido por la nobleza de los principios de integridad, honor, respeto a la verdad y defensa de la justicia se hace cargo de la defensa de un hombre inocente acusado de un acto infame. Si la interminable partida entre Eddie Felson y el Gordo de Minnesota nos cautiva, la defensa firme y apasionada de Atticus Finch conmueve el espíritu de los espectadores y lo dignifica con su ejemplo. ¿Qué puede escribirse sobre Lawrence de Arabia que no se haya dicho ya y con mejores y más inspiradas palabras? El papel de Peter O´Toole en esta película, al igual que en Lord Jim, parece pensado para el propio actor, presa de algún tórrido conflicto interior, ausencias, silencios y soledad, la soledad con sus fantasmas: ¿no es acaso el texto de Joseph Conrad el testimonio de una vergüenza que interpretó el actor como si fuera propia (o, al menos, así nos lo parece)?



Más de medio siglo separan la muerte de Cyrano de Bergerac del nacimiento del Barón de Münchausen. Ambos fueron protagonistas de una vida llamativa, si bien es cierto que sus dos proyecciones literarias falsearon la realidad como el viento de una hipérbole desmedida soplando en los lienzos de la nave de los locos: Cyrano no fue testigo de su fama, pero al barón le dolió sinceramente la imagen de mentiroso que, ya en su época, divulgaron las narraciones fantasiosas de su vida. La versión cinematográfica de Terry Gilliam deslumbrará a los niños, que intuirán un rumor de la vida adulta entre los mágicos prodigios, aventuras exóticas y proezas extraordinarias que una voz vieja narra con júbilo desde el escenario desvencijado de la imaginación, forma irreductible de la fantasía a la que la razón ilustrada postergó con tanta torpeza como empeño; los mayores, conscientes de la dimensión adulta, tornarán melancólicos a su infancia, cuando soñar era el acto más puro al que podía aspirar la genuina afirmación humana del ser: ser en otro lugar y bajo parametros distintos. Jean-Paul Rappeneau, quien dirigiera la más célebre versión del Cyrano, fue fiel a la obra de Edmond Rostand. Luis Vía, José O. Martí y Emilio Tintorer tradujeron su más perfecta forma castellana en la Colección Austral de la editorial Espasa Calpe: uno puede seguir la película mientras lee esta traducción y comprobará cómo literatura y cine pueden llegar a compenetrarse de un modo tan estrecho, confundiéndose hasta lograr la identificación. Atreverse y poder: eso le faltó al pobre Cyrano. Ojalá sirva de ejemplo para todos nosotros: la vida siempre premia a los valientes.

Personas: Vittorio de Sica (Marcello y Sofia)



Vittorio de Sica fue grande en sus dos facetas cinematográficas: como actor y como director.

Ayer, hoy y mañana narra tres historias independientes protagonizadas por una pareja de espléndidos Marcello Mastroianni y Sophia Loren. Los amantes del cine recordarán el guiño que protagonizó la misma pareja, muchos años después, en aquella película del hoy ya fallecido Robert Altman Prêt-à-porter cuando Sophia Loren vuelve a dedicar a su amigo Marcello aquel célebre striptease de la primera película, la de Vittorio. Por su parte, Matrimonio a la italiana, considerada una de las diez mejores películas de la historia del cine por muchos cinéfilos -yo creo que la sobrevaloran-, nos cuenta la historia de Domenico y sus quehaceres sentimentales con Filumena (Marcello y Sophia respectivamente). Ella tiene tres hijos y uno es de Domenico, quien intenta averiguar cuál de ellos será su hijo biológico. Filumena le obligará a que se case con ella para saberlo. No sé si este ardid será genuino de la sagacidad italiana o, más bien, de la astucia femenina (ésa que no entiende de fronteras ni culturas y a la que todos los varones estamos sometidos por nuestras madres, esposas o hijas). Y es que, para liarnos, nadie como las mujeres ayer, hoy y mañana.

Un actor: Robert de Niro



Robert de Niro ha protagonizado tantas y tan buenas películas que resulta difícil quedarse con una. Para los amigos de EL BLOG ILUSTRADO, yo escogí hoy tres: El cazador trasciende los límites de lo razonable. Nada puede decirse sobre El cazador: hay que verla. En mi opinión, el mejor largometraje de la historia del cine (y de lejos). Érase una vez en América podría venir justo a continuación en ese podio imaginario del séptimo arte. Si la música de Stanley Myers, con aquel solo de guitarra de John Williams interpretando las inolvidables Sarabande y Cavatina, emocionaba a las piedras, ¿qué puede decirse de las bandas sonoras compuestas por Ennio Morricone para Érase una vez en América y La Misión? Si La Misión nos resulta más lineal, no por ello más simple, el tema de Érase una vez en América no puede reducirse a una historia fácil de gángsters o a la de un grupo de amigos que corren desigual suerte con el devenir de la vida. Más bien, sirva en esta ocasión la redundancia, el motivo es la propia vida y cómo ésta termina incluso con los espíritus más vitales. Como un ciclo, la película se incia y concluye en un oscuro comedor de opio donde unos ojos tristes miran más allá, quizás a esa recóndita estancia donde habita el recuerdo y su ausencia, el olvido.

Cuando el Padre Gabriel, tras haber ascendido por las cataratas de Iguazú hasta el territorio de los guaraníes con el fin de hacerse cargo de la Misión de San Carlos, en su primer contacto con los indígenas hace tocar su oboe, el espectador asiste a uno de esos momentos de fe perfecta y entonces la voz de Dios se abre camino entre la espesa naturaleza salvaje que los cobija y que a la postre no podrá salvarlos.

La Misión es, como recoge la carátula, "Un especetáculo majestuoso".

Humor a la europea: Woody Allen y Roman Polanski



En las películas de Woody Allen se habla mucho de cine. En una de ellas, al final, cuando se espera lo peor tras el estreno de una malograda super producción dirigida por un alter ego de Woody Allen con ceguera transitoria debido a cierto bloqueo psicológico, un personaje entra en escena dando voces de alegría y afirma que están salvados porque la cinta ha entusiasmado a la crítica francesa. Parece ser que esta broma tiene algo de real: Woody Allen gusta más en Europa que en los EE.UU. Sueños de seductor rinde tributo a Casablanca. Supuestamente, el espíritu de Humphrey Bogart se le presenta a un fanático del cine clásico para aconsejarlo en temas amatorios. Allen (el propio Woody) está enamorado de Linda (Diane Keaton) y no sabe cómo conseguirla. La febril imaginación del protagonista, amparada por una torpeza única, conllevan el desastre. La escena en la que Linda llega a casa de Allen y el sueño previo de éste son lo mejor de la película. Cabe pensar si el espíritu soñador no buscará refugio en una realidad paralela, la del cine en este caso, como fuga de la mediocridad de éste. De ser así, sería bueno que pensáramos si vivimos en el mundo que deseamos y qué podríamos hacer para mejorarlo. Los héroes, curiosamente, viven al otro lado de la pantalla y aquí estamos un poco huérfanos de magia y de épica. Roman Polanski dirigió El baile de los vampiros en 1967. Parodia de las películas de vampiros, provoca más risas que sustos. Todos los personajes están bordados a la perfección, pero yo me quedo con la pareja compuesta por Jack MacGowran, en el papel de viejo y excéntrico profesor, y el propio Polanski en el papel de tímido aprendiz del maestro. El marco está perfectamente ambientado y el espectador se deja llevar hasta los territorios inóspitos y lejanos de la oscura Transilvania, lugar de misterio poblado por seres míticos y humildes campesinos aterrorizados que cuelgan ajos y crucifijos por todas partes. La crítica ha elogiado varias escenas y todos celebramos aquélla del baile, cuando una abarrotada sala de vampiros se detiene ante el reflejo de los dos protagonistas en un enorme espejo; pero, no sean hipócritas: la que realmente les va a es la de Sharon Tate tomando el baño antes de ser atacada por Alfie Bass en el papel del pérfido Conde Drácula. Pobre mujer: qué final tan desgraciado tuvo en la vida real.

Humor europeo: Sandra Nettelbeck, Jean-Pierre Jeunet e Isabelle Mergault



Me atrevería a decir que Deliciosa Martha es la mejor película alemana de los últimos años (y eso que Alexandra Maria Lara no actúa en ella, con lo que ya es mucho afirmar, por cierto). Martina Gedeck y Sergio Castellitto tienen química. La historia de la segunda mejor cocinera de Hamburgo, quien adopta a su sobrina tras recibir la noticia del repentino fallecimiento de su hermana y su esposo en un accidente de tráfico, y del simpático Mario, cocinero suplente que rivalizará con Martha en los fogones del restaurante donde ambos trabajan, centra la atención de esta amable y "deliciosa" comedia para gourmets del buen cine europeo. Amélie, más allá de sus virtudes cinematográficas, fue un fenómeno social. No creo que ninguna película le haga sombra en Francia desde entonces, por lo que puedo concluir que es la mejor de los últimos años en aquel país y puede que también del cine europeo. Es "la película" por antonomasia de Jean-Pierre Jeunet y de Audrey Tautou, quienes deberían alejarse de estos registros si no quieren terminar fagocitados por el fenómeno Amélie o constantemente comparados con aquél. Mathieu Kassovitz, en el papel de jesuíta comprometido con la vida y con el destino de los millones de judíos asesinados durante el III Reich, cuando aquella película titulada Amén, ya nos pareció lejos de la interpretación anterior. No obstante, ojalá se hicieran más películas como Amélie. Por su parte, Isabelle Mergault nos ha regalado una comedia sencilla, con trasfondo social, interpretada por un bonachón Michel Blanc y una bella Medeea Marinescu. La denuncia en Eres muy guapo, si la hay, queda muy atemperada por el tono general, pero no deja por ello de resultarnos una obviedad: miles de mujeres de la llamada "Europa del Este" están dispuestas a casarse con cualquier ciudadano de la Unión Europea si de ese modo pueden abandonar la pobreza de sus países. La película sabe reflejar esta realidad, aunque las miserias de esa convivencia y el drama de las mujeres, como ya he dicho, quedan en un plano muy inferior. De todas formas, agradezco a la directora que así sea: con la realidad ya tenemos bastante.

Una adaptación cinematográfica, la recomendación de un amigo y "Sólo Dios lo sabe"



El nombre de la rosa es la adaptación de la gran novela de Umberto Eco (con permiso de El péndulo de Foucault). Sean Connery estuvo, que no es poco. ¿Saben quién inspiró al autor la figura del bibliotecario ciego de la abadía? El abrazo partido es un ejemplo más del nuevo cine que nos llega desde la Argentina. No tiene nada que ver con Nueve reinas. El espectador asiste a un drama familiar encarnado en la piel de un joven que busca una identidad partida por los avatares de la historia y que un día regresa para reconciliarlo. Hay un trasfondo social y humano representado por la gran ciudad de Buenos Aires y un grupo de habitantes que viven su día a día. Recuerda de lejos a El callejón de los milagros (por favor, no quiero confundirles: me refiero a la novela de Mahfuz, no a la película reciente con Salma Hayek). Me la recomendó un amigo y yo ahora se la recomiendo a todos ustedes. Pero, advertencia, es un drama -con sus momentos de humor, seguro-, pero un drama al fin y al cabo, y lento. Sólo Dios lo sabe es un largometraje amable que conquistará las simpatías del sector amante de ese cine raro, el bueno, en el que dos personas sólo pueden encontrarse, bajo circunstancias poco normales, en una isla desierta para conocerse y desatar lo improbable. ¿No lo creen? Además de Él, lo sé yo (y todos los que ya la vieron).

Que las disfruten todas con salud y buena compañía.