martes, 15 de enero de 2008

ALBERTO MANGUEL

Alberto Manguel nació en la Argentina, aunque ahora es ciudadano canadiense y reside en París. La vida, que nos hace dar muchas vueltas. Fue lector ocasional de Borges; quiero decir, que leyó para el maestro en alguna ocasión. Aquella maravillosa experiencia se materializó, años después, en un libro excelente que el lector devorará con entusiasmo. Lo publicó hace poco Alianza Editorial. Incluye numerosas fotografías. Me gusta este pasaje:

"En 'Pierre Menard, autor del Quijote', Borges aseguró que un libro cambia de acuerdo con los atributos de su lector. Publicado el texto por primera vez en Sur, en mayo de 1939, muchos lectores creyeron que Pierre Menard era real; un lector llegó incluso a decirle a Borges que no había nada novedoso en lo que él había observado acerca de Menard, que todo había sido ya dicho por críticos precedentes."

En la misma editorial, pero en diferente colección, encontramos uno de sus títulos más celebrados: Una historia de la lectura. Lumen publicó una edición excelente del mismo, pero hoy no se encuentra en su catálogo. Ésta incluía más capítulos (según me informa una librera avezada al arduo trabajo de la bibliofilia) y fotografías a todo color en un formato generoso; aquélla, en cambio, es más humilde, también más económica, pero entrañable. Además, Alianza ha utilizado un papel diferente, menos hueco y de mayor calidad (se nota en el peso del volumen), ha ajustado el precio al bolsillo de todos los lectores y, bueno, parafraseando el anuncio del vendedor eslavo de coches Ford, podría terminar con un exclamativo: "¡Alianza!". Así los libros se venden solitos. El texto es un paseo por la literatura (entiéndase ésta por cualquier obra escrita), por los textos -y sus escritores- más queridos del autor, y está salpicado de anécdotas curiosas y comentarios memorables de los más destacados ingenios que dio la Humanidad. Un espíritu ameno recorre el devenir de la letra escrita y engancha al lector con la misma frescura y la pasión de un buen amante de los libros capaz de seducirnos con su talento: nada tan estimulante para el espíritu inquieto que una historia bien narrada. Puede resultar algo cargante el cúmulo de autores nombrados y el número de citas, pero así se construye una obra de peso que pretende reunir, en menos de quinientas páginas, el acervo cultural de varios milenios, el patrimonio escrito; vamos, eso que todos entendemos por "el conocimiento".

De este libro, hay tantas que una tenía que ser, me quedo con la lectura de las páginas 94 a 100. Es que está de rabiosa actualidad, como dicen los locutores. Don Alberto Manguel explica que, en época de Fournival, los alumnos se valían de un libro abierto durante la lección para, mediante mnemotecnia, aprender cada una de las palabras contenidas en sus páginas. El hombre medieval sostenía que podría recordar todo aquello que memorizase y sólo le inquietaba el riesgo de olvidar, con la llegada de la vejez, aquella inmensa biblioteca que había guardado en su memoria. Hoy en día, en cambio, ya no se memoriza como antes. El estudioso de nuestro tiempo, no obstante, aún conserva un temor: que una tecla mal presionada, un virus o un defecto del ordenador personal vuelvan a borrar, aunque de otro modo, la biblioteca que actualmente alojamos en raros y ocasionalmente inaccesibles microchips de la recóndita memoria de la CPU, la nueva biblioteca de Alejandría, ese libro infinito que alguien imaginó de arena. Leamos las siguientes líneas de dos momentos del capítulo 4. El libro de la memoria:

1.

"Santo Tomás de Aquino fue contemporáneo de Fournival. Siguiendo las recomendaciones de Cicerón para mejorar la capacidad rememorativa del retórico, elaboró una serie de reglas para los lectores: colocar las cosas que se quería recordar en un orden determinado, desarrollar 'afecto' hacia ellas, transformarlas en 'semejanzas inusuales' que facilitaran su visualización, repetirlas con frecuencia. A la larga, los eruditos del Renacimiento, mejorando el método de santo Tomás, sugirieron la construcción mental de modelos arquitectónicos -palacios, teatros, ciudades, los reinos del cielo y del infierno- en los que situar cualquier cosa que desearan recordar. Esos modelos eran construcciones sumamente elaboradas, edificadas en la mente a lo largo del tiempo y robustecidas por medio del uso, que han demostrado durante siglos su inmensa eficacia."

2.

"En el Secretum meum, Petrarca (utilizando su nombre de pila) y Agustín se sientan y hablan en un jardín, mientras la dama Verdad los contempla. Francesco confiesa estar cansado del vano ajetreo de la ciudad; Agustín responde que la vida de su interlocutor es un libro semejante a otros que el poeta tiene en su biblioteca, pero en este caso uno que no ha aprendido a leer, y le recuerda varios textos sobre el tema del 'mundanal ruido', incluido el de Agustín. '¿No te ayudan?', le pregunta. Sí, contesta Francesco; mientras los estoy leyendo me resultan muy útiles, pero 'tan pronto como el libro abandona mis manos, tolo lo que su lectura me inspira se desvanece'.

[A continuación, el autor incluye el pasaje del libro de Petrarca. Atención, que es un diálogo emocionante y el consejo de Agustín, muy práctico.]

Agustín: Esa manera de leer es muy corriente ahora; hay tal abundancia de hombres de letras. Pero si haces unas cuantas anotaciones en el sitio oportuno, podrás gozar fácilmente del fruto de tus lecturas.

Francesco: ¿A qué clase de anotaciones te refieres?

Agustín: Siempre que leas un libro y te tropieces con cualquier frase maravillosa que te conmueva o te deleite, no confíes únicamente en el poder de tu propia inteligencia, sino fuérzate a aprenderlas de memoria y a familiarizarte con ellas meditando sobre su contenido, de manera que, cuando se presente un motivo grave de aflicción, tengas el remedio preparado como si lo llevaras escrito en la mente. Cuando encuentres pasajes que te parezcan útiles, señálalos con nitidez, lo que podrá servir a modo de liga para tu memoria, no sea que de lo contrario se alejen volando."

Termina don Alberto Manguel recordando a uno de sus profesores en Buenos Aires, aquél que le invitaba a memorizar poemas en alemán, entre otras razones, para mejorar su pronunciación. El pasaje es muy hermoso y el escritor lo remata con un guiño final. Somos lectores de Borges, somos lectores de poesía. Fíjense en la anécdota: el padre de aquel profesor fue un erudito que había logrado memorizar la mayoría de los textos clásicos. Éste, durante los años del odio, fue conducido y finalmente asesinado en Sachsenhausen, pero -durante el tiempo que permaneció recluido en el infame campo de concentración- sirvió de biblioteca viva para todos sus compañeros, los que se acercaban a él en aquel lugar de muerte con el ánimo dispuesto a olvidar y a fugarse del recinto alambrado mientras durase la lectura que aquel buen hombre recitaba con memoria segura y pulso firme. Qué orgullo para su hijo. Cómo no seguir los pasos de su padre y, con los años, hacerse maestro. ¿Se imaginan? En medio del lugar más lóbrego, sin consuelo ni esperanza, un puñado de personas escuchan la voz de un hombre que parece hablarles desde muy lejos: es Virgilio, luego Horacio, más tarde es Séneca y también Luciano de Samósata y Sófocles, es el burlón Juvenal y el trágico Eurípides. Allí donde yacen las víctimas del horror, florece el jardín de la lejana Antigüedad. Si alguna vida tuvo una vez sentido, ésa fue la de aquel pobre maestro.

Recuerda también el autor una cita del escritor malí Amadou Hampaté Ba, quien afirmó lo siguiente: "cuando en África muere un anciano, arde toda una biblioteca". Alberto Manguel es responsable de otros títulos y de alguna incursión en la literatura de ficción. Más títulos pinchando aquí.