martes, 16 de junio de 2009

LA DELICADA SALUD DE NUESTRO PLANETA

HOME es un documental que todos deberíamos conocer. La edición de ciento veinte minutos narrada por Juan Echanove, que es la que a mí más me gusta, se puede comprar en la FNAC por menos de cinco euros. Existe una versión más breve en Youtube, por lo tanto gratuita, que igualmente aconsejo.

El director de la cinta es el célebre fotógrafo francés Yann Arthus-Bertrand, cuya página web recomiendo encarecidamente. Ésta se divide en cuatro. En dos de ellas podremos contemplar algunas fotografías de la Tierra verdaderamente extraordinarias (incluso podremos descargarlas como fondo para nuestro escritorio). Pues bien, Arthus-Bertrand preside una ong, de la que también es su representante mundial, llamada GoodPlanet. Creo que cualquiera de nosotros podríamos dedicarle unos minutos de lectura a su página web.

El cambio de conciencia ambiental crece paulatinamente y sería necesario acelerarlo; no obstante, es un hecho. No se trata de una moda más con fecha de caducidad. Creo que los ciudadanos somos conscientes de la necesidad de frenar el proceso de exterminio de los recursos naturales que la industria actual ha demandado irresponsablemente durante décadas. No podemos seguir esquilmando nuestro planeta ni un día más. Diez años tenemos de margen para cambiar de actitud, según el documental. De lo contrario, el planeta cambiará impredeciblemente. Las consecuencias, en cualquier caso, siempre resultarán nefastas para el ser humano. Yo me pregunto de qué servirá mantener o incrementar nuestro grado de desarrollo industrial y tecnológico si, de estar en lo cierto las predicciones, no nos servirán de nada en poco tiempo. Recuerdo una campaña de Greenpeace de hace ya unos añitos. En el anuncio se veía a una madre que colocaba un casco a su hijo. El espectador se esperaba lo peor. En efecto, el niño sale a jugar fuera de casa protegido por un traje contra la acción solar. Igual que dos astronautas en Marte, un par de niños dan patadas a un balón en mitad de un páramo donde abrasa la luz del Sol. ¿A eso conduce el desarrollo? ¿Qué futuro nos esperará entonces?

Ese cambio de mentalidad conllevará una profunda crisis social. El abuso cometido tenía una razón: el consumo. En el momento en que la sociedad no precise una oferta de bienes como la actual, millones de personas perderán su empleo. ¿Cómo gestionaremos esa realidad? Hay que pensar bien antes de actuar. Es fácil imaginar una sociedad más respetuosa con la naturaleza, una etapa en la que volveremos al campo, un clase social de artesanos frente a la actual de obreros, personas que dedicarán años al estudio y no al consumo, etc. Pero, ¿cómo se logrará?

Hemos de apostar por los valores morales e intelectuales. El proceso deberá gobernarse con buen juicio, sabiduría y equidad. Pero esa justicia, al ir de la mano de la prudencia, no puede ser ciega, antes bien, deberá ver y, por lo tanto, entenderá cada caso de una forma aislada. Esa justicia, entonces, será humana, comprensiva y generosa. Por lo tanto, lo más importante es que obremos con amor. ¿Qué puede lograrse sin el mayor de todos los sentimientos? Con amor se evitará todo mal. No habrá guerras, hambrunas, tensiones sociales, pobreza, miedo ni dolor alguno.

Para que el hombre obre con amor debe desprenderse, principalmente, del egoísmo y de la intolerancia. Del egoísmo porque, si no se ama al prójimo, nada puede construirse con él que perdure; de la intolerancia, para poder convivir con los que son distintos. ¿Cómo lograr ese milagro? Desprendiéndonos de todo aquello que nos distingue: lengua, religión, costumbres, vínculos sociales y pertenencias. Habrá, en tal caso, que crear algo nuevo. Podremos hacer de nuestra necesidad la mayor de las virtudes. Quizás haya sido necesario ponernos al filo del abismo para volver al comienzo de todo, al génesis.

Quien no lo crea, que repase sus apuntes de historia universal. El ser humano ha matado al prójimo por defender un credo, una bandera y a su familia. Ha matado por desear la propiedad ajena, por saciar su apetito incontrolado y por acaparar aquello de lo que otros carecían. Para acabar con eso habrá que ir más allá de lo superficial. Creo que tendremos que arañar el tejido cerebral en busca de respuestas. ¿Qué nos impulsa a desear todo aquello que nos hace daño? ¿Acaso es ésa nuestra naturaleza o se trata de una enfermedad muy extendida?

De lo que no podemos dudar es de que ahora hay que comenzar un cambio. Nuestra supervivencia depende de ello. Creo que, además, lo deseamos. Se trata de una vieja aspiración, un deseo de madurez espiritual, la necesidad de mudar de piel. Puede que en el epílogo de nuesto despilfarro hallemos la paz interior que anuncie un nuevo albor para la especie humana, una nueva oportunidad de habitar en el paraíso terrenal. Eso o la destrucción total.