sábado, 16 de abril de 2011

LEER EN CLASE

Un excelente profesor de ética recomendaba a sus alumnos leer directamente a los autores (especialmente en su lengua materna) y prescindir de los manuales de historia de la filosofía. Consideraba mucho más valiosa la consulta directa de Aristóteles que lo que Wilhelm Capelle o Nicola Abbagnano pudieran contarnos acerca del estagirita. Seguramente por eso le prestaba gran atención a la exactitud del texto y dedicaba varias horas al significado de una sola palabra.

Sin ser especialista en filosofía ni un lector habitual de Aristóteles, recuerdo su seminario con admiración y gratitud. Fue, sin lugar a dudas, una de las mejores experiencias que me llevé de mi paso por la universidad.

Cuando los alumnos de ESO y Bachillerato se quejan de que el libro de texto tiene muchas páginas y que es imposible estudiar de memoria tantos temas para un examen, me acuerdo de las palabras de aquel profesor.

Los jóvenes suelen quejarse con motivo, aunque casi nunca llevan razón. Es cierto que no se puede memorizar una lista larga de autores que no se han leído y un montón de características que se ignoran por completo. Para remediar esos males y sofocar los conatos de algarabía que frecuentemente se producen en nuestras aulas, lo mejor que puede hacer el profesor es darles la razón y pedirles con total cordialidad que cierren sus libros y que se los lleven a casa. A partir de entonces, no se verá ni una página más de teoría. En su lugar, los alumnos llevarán un clásico (de esos que dicen "de lectura obligatoria en las aulas") y se leerá en voz alta durante toda la clase hasta que se termine. Cuando acaben la lectura de ese texto, los alumnos leerán otro de similares características. Así hasta agotar la lista de autores fundamentales de un periodo.

La clase está encantada. Algunos alumnos eufóricos reconocen haber descubierto su vocación. Bueno, paciencia. Después de un mes, el profesor puede pedir a sus alumnos que traigan nuevamente el libro de texto. Al día siguiente, éste les pide que lean el tema que trata el periodo que ellos han estudiado leyendo directamente a los autores. ¿Qué sucede minutos más tarde? Indignación generalizada. Se oyen comentarios como "Esto es una mierda, profe", "aquí no viene nada" o "qué payasada, chaval". El profesor guarda silencio y les pregunta: "Imaginad que vosotros fuerais el profesor. ¿Os parecería suficiente para la educación de vuestros alumnos exigid que se limitaran a estudiar el contenido de este tema?". Los alumnos: "Noooo", "es insuficiente", "ni de coña", "esto no vale para nada", "deberían leer los libros como hemos hecho nosotros"...

El profesor ya no necesita poner ningún examen. Sabe que todos han aprobado con creces. La calificación ni importa; es más, no se puede poner. Simplemente los chicos han aprendido y pueden seguir adelante. Así debería ser en todas partes, pero resulta muy difícil lograrlo cuando sólo hay cuatro horas a la semana de asignaturas como Lengua y Literatura. Leer, sumar y hacer ejercicio físico son la base de la educación. No podemos dedicar menos de dos horas a la semana a la lectura de nuestros clásicos. Nuestros hijos crecerán como salvajes, ignorando la belleza y las lecciones que atesoran miles de libros que, en el mejor de los casos, sólo recordarán por su título. Recuerden: sus hijos, la sociedad futura que, entre otras cosas, habrá de cuidarles. Véanlo, al menos, por el lado egoísta. Derek Curtis Bok sentenció: "Si usted cree que la educación es cara, pruebe con la ignorancia". No le faltaba razón.

Para corregir la falta de horas, podríamos empezar por eliminar los exámenes. ¿A qué acuden los alumnos al colegio: a aprender o a examinarse? ¿A examinarse de qué si no tienen tiempo de aprender nada como Dios manda? No estaría tampoco mal que se introdujeran asignaturas optativas como latín y griego, también disponibles para los alumnos que decidieron estudiar ciencias, aquellos que luego tanto lamentan no haberlas cursado durante la etapa escolar cuando ya en la universidad deben enfrentarse, por ejemplo, a la terminología. En los colegios se pierde mucho tiempo en otras tareas de las que podríamos prescindir. No digamos ya lo de las vacaciones estivales...

La educación es la base de todo, pero no vale cualquier tipo de educación.