sábado, 24 de mayo de 2014

EL VALOR DE UNA IDEA


En 1991 echó a andar la World Wide Web, que hoy llamamos simplemente internet. Muchos vieron en ella una revolución social comparable a la que propició la imprenta de Gutenberg. Creían que podría cambiar el modelo económico y permitir a la humanidad dar un salto evolutivo. Algo así como lo del calendario maya y la iluminación espiritual que nos acontecería, etcétera. Acceso gratuito y universal al conocimiento, se decía con frecuencia. Pues no. De hecho, pasadas ya dos décadas, resulta decepcionante ver cómo aquella idea romántica en origen se ha ido transformando hasta convertirse en una especie de gran bazar turco. 

Es imposible que internet ofrezca un acceso libre al ocio y al conocimiento en un mundo dominado por el capital. Imaginemos que un medio de comunicación ofreciera todos sus contenidos gratuitamente y que ningún empleado cobrara sueldo. Todo se haría allí de acuerdo a elevados principios morales: una dedicación plena, sin ánimo de lucro y pensada para el bien común. Como desgraciadamente esas personas no serían mónadas autosuficientes, a la salida del trabajo necesitarían dinero para pagar sus facturas. Eso sin contar los gastos que supondría mantener dicha empresa y que no podrían afrontarse al carecer sus directores de medios económicos. ¿Alguien cree que ese negocio duraría mucho tiempo? Pues bien, cámbiese el nombre del oficio y póngase cualquier otro en su lugar, que el resultado seguirá siendo el mismo.

Lo que sí conllevó internet es que los negocios cambiaran de dueño. Antes todo el mundo compraba obras de referencia en papel. Había varias enciclopedias que competían entre sí por ofrecer los mejores contenidos. Florecían las editoriales y el lector tenía a su alcance una gran oferta cultural a cambio de una suma de dinero que, en muchos casos, podía depositarse en cómodos plazos. Pero un día alguien se creyó lo de tutto gratis y otro pensó que no estaría mal lanzar una enciclopedia de acceso libre. Esa decisión dejó en el paro a muchas personas porque, al cerrar las editoriales, muchos negocios que dependían directa e indirectamente de ellas se vieron obligados a echar el cierre. ¿Qué tenemos hoy? Un único medio de consulta, Wikipedia, cuya calidad en su versión castellana muchas veces es sonrojante. Menudo progreso... Hoy se cierran librerías, la gente se descarga los libros gratis por internet (aunque no sea legal, qué más da, ¿no? Los que vivan del libro que se jodan, pensarán muchos) y pronto los autores dejarán de escribir porque nadie podrá dedicarse profesionalmente a una actividad que no da de comer. ¿Qué ocurre mientras tanto? Que se nos pide dinero para mantener Wikipedia. ¿Se cree su fundador que los tipos que viven del tutto gratis van a pagarle nada? ¿Qué pasará finalmente? Se me ocurren dos opciones: la primera, que se convierta en un medio de pago; la segunda, que desaparezca. Si finalmente hay que pagar dinero por acceder a Wikipedia, el negocio será redondo: no se pagó un céntimo a los redactores, los gastos de edición fueron nulos, carecerán de competencia y millones de clientes deberán pagar dinero por acceder a sus contenidos (basados lógicamente en los que fueron editados antes en papel). Como ven, al final solo se trataba de eso: de una lucha por el control económico de un sector estratégico. Lo mismo sucedió con la música y el cine. Imaginen cómo será pasear por una ciudad sin librerías, sin bibliotecas, sin tiendas de música, sin cines, sin teatros... En su lugar, locales vacíos porque ya no hará falta abrir más tiendas de ropa en su lugar. Occidente colapsará y terminaremos viviendo alguna de esas distopías imaginadas por nuestros escritores. Ya estamos a medio camino de convertirnos en una masa idiotizada, febrilmente consumista, sin principios morales, superficial, anodina, primaria y esclava de un selecto grupo de multinacionales. 

EL PAÍS SEMANAL dedicó su portada número 1962, del 4 de mayo de 2014, a los entresijos de la industria alimentaria. La tituló "La nevera globalizada". En el artículo se nos dice que el 70% del comercio mundial de cereales está en manos de cuatro empresas. Como ven, también se persigue el monopolio de lo que comemos. Hay que controlar al ser humano en todo lo que haga. Google sabe de su marido, hermano, amigo, vecino, hijo, etc. más que usted (no harían mal los psicoterapeutas en dejar sus test de personalidad y empezar a pedir informes del historial de búsqueda de sus pacientes). Yo escribo para usted desde una plataforma de dicho buscador. Mi correo electrónico de contacto con el lector también lo gestiona la misma empresa... Pronto el monopolio se fagocitará así mismo y, tal vez, nos devuelva la libertad que quizás un día tuvimos.

Por supuesto que se terminará imponiendo un aceptable término medio. Nos venderán la idea del progreso humano, se cantarán las excelencias del nuevo modelo económico, se prometerá un avance tecnológico que traerá consigo un amanecer social y bla bla bla mientras se siga haciendo caja.

Lo triste es que una gran parte de la responsabilidad del advenimiento de internet y todo lo malo que trajo consigo lo tiene el sector que controlaba antes los contenidos de ocio y cultura. Querían ganar mucho y finalmente la avaricia volvió a romper el saco. No se puede pedir a los espectadores 9 euros por la entrada al cine. No es de recibo poner una enciclopedia a 3000 euros. Nadie quería ni podía pagar casi 20 euros por un disco de música que, en muchas ocasiones, sólo interesaba por una o dos canciones. Además, es indudable que la consulta digital agiliza el tiempo de búsqueda. Y sí, yo también veo Youtube (¡qué divertido es ir cerrando anuncios mientras se intenta seguir el vídeo!) y consulto Wikipedia (por lo que conozco y bien sus carencias y defectos, y tengo claro que acabará siendo un medio de pago, aunque para ello tendrá que mejorar y mucho). ¿No habría sido más fácil ajustar los beneficios? Supongo que los responsables tendrán una respuesta para ello. De eso se podrá hablar en otro momento.

Lector, recuerde una cosa cuando hoy intente abrirse paso por internet igual que un Livingstone moderno, cerrando ventanas de publicidad con su ratón a modo de machete virtual: nadie da duros a pesetas. Nada se da gratis en un mundo regido por el dinero. Desconfíe de las web que ofrecen algo sin pedir nada a cambio. Puede ser que se mantengan con impuestos. Es posible que algún filántropo ande detrás. También existen oasis en el camino, por supuesto (su seguro servidor lleva en la brecha mucho rato sin ver ni desar un céntimo por este trabajo). Lamentablemente hoy internet se parece más, como le contaba al principio, a un mercado que a un espacio libre de intereses económicos. Pruebe a escribir en Google cualquier cosa, por ejemplo, el título de un libro o de una película. Las primeras entradas no son de páginas que hablen del contenido de los mismas. Están reservadas a los nuevos comerciantes, que quieren venderle su producto, o, como mucho, a Wikipedia, la enciclopedia del monopolio.

Las ideas más bellas se cambiaron por monedas. Un empresario se hizo con los derechos de autor y ahora las vende en formato digital. Como decía Espronceda al final de uno de sus más célebres poemas, que haya un cadáver más ¿qué importa al mundo?

Internet, aquel sueño de libertad, como tantos otros, después del anuncio. Quedan 24 segundos, 23, 22...

P.S.- Gutenberg murió arruinado mientras su socio, que se había apropiado del invento, se hacía rico vendiendo biblias. / El origen de internet no tuvo nada de romántico: era un proyecto militar pensado para la defensa nacional de los Estados Unidos.